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Hola, amigas y amigos de Contigo. Un regalo grande es la primera parte de la crónica que les traemos hoy, sobre los abuelos, la familia, las casas…, firmada por el periodista santiaguero Reynaldo Cedeño, que es un poco guantanamero también, por suerte para nosotros.

porton casa

Mamá Yoya y Papá Luis

Dicen que aprendí a caminar de manos de Papá Luis. Dicen que extendía el brazo fuera de su cama de enfermo, que se le iluminaba la mirada cuando aquel niño, aferrado a uno de sus dedos, daba sus primeros pasos.

No lo recuerdo…

Durante años le vi envuelto en sus sábanas blancas, con olor a limpio.
Papá Luis era mi bisabuelo, y cuando al fin aprendí a caminar, y a hablar, y a reconocer a los más cercanos, sentí por él la misma veneración que mi padre y mis tíos, cuando pasaban delante de su lecho. Sería por su pelo blanco, blanquísimo o por tantos hijos echados a la vida y vuelto hombres, no sé, pero callaban ante el anciano, apretujaban sus sombreros campesinos, y asentían.

En esa casa habían nacido casi todos.

Papá Luis, desde su ocaso, aún era el horcón de la familia. Nadie osaba disputarle sus órdenes, dadas ya con cansancio, en aquella casa con piso de tabla, en aquella casona alta de enormes ventanas por donde entraba el sol y el aire, aquella de agua de tinaja, pura y fría, y de reloj de péndulo. Me detenía frente a su esfera y a sus cadenas para oír las campanadas que resonaban en la cocina, a la que se bajaba por dos enormes escalones, que me empeñaba en saltar; resonaba en los balances de la sala que hacían renquear el piso, y en el sótano que fue cediendo con el tiempo, que era nuestro escondite -mío y de mis primos-, por más que pelearan mis padres o mi abuela.

El sótano era el lugar de los tesoros: de las viejas botellas, de las latas, de las cosas perdidas. En el patio había una enorme paila del trapiche, donde otrora caía la melaza de la caña. Hundida en la tierra, solo asomaba la mitad de su estructura, sus remaches oxidados, y andaba tapada a duras penas.

-Muchachos… salgan de la paila que el agua tiene sereno!!!

Los mayores nos velaban, pero nosotros, los muchachos, éramos tenaces. Y al menor descuido... toda esa agua era nuestra piscina, el lago para los barcos de papel, el estanque particular para manotear y patalear hasta el cansancio. Y no íbamos a renunciar a eso aunque toda la madrugada le hubiera caído dentro.