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Hola, amigas y amigos de Contigo. Cerca, muy cerca tenemos un hecho extraordinario. En unos días será 11 de abril y de nuevo volverá a reeditarse en Imías el desembarco de Martí, Gómez y otros cuatro patriotas por nuestras costas para incorporarse a la guerra por la independencia.

 

No es una historia sencilla. Mucho ha pasado en José Martí antes de la dicha grande, antes del salto en la playita de piedras de Cajobabo. La niñez, la adolescencia, el presidio, los grilletes horadando la carne y plantando ideas y convicciones en la mente como si con fuego escribieran las cadenas.

 

Pasó el destierro, y el dolor sabido en el pecho de la madre. Pasó el luto por la patria herida, el traje negro, el viaje por la América, el antiimperialismo cociéndose en la conciencia, el discurso encendido, el Partido Revolucionario Cubano.

 

Pasó Patria, y el dinero recaudado, y la preparación de la Guerra Necesaria. Pasó el golpe duro de la Fernandina y luego el Manifiesto de Montecristi, la convicción de que era necesario iniciar la contienda ya y la orden del alzamiento, que se previó para el 24 de febrero de 1895.

 

Pasó también la carta a su amigo Federico Enríquez y Carvajal en la que le revela su decisión de entregarse por entero y participar directamente en la contienda, con el mismo coraje, dedicación y esfuerzo con que evocó y organizó la guerra.

 

Pero incluso antes fue la travesía de Montecristi a Gran Inagua, y de ahí de nuevo a Cabo Haitiano y hasta pasar ya cerca de Cuba “rozando a Maisí” de tal modo que asegura en su diario que pueden ver la farola, la luz intermitente del faro Concha, todavía en pie para el navegante.

 

Son seis los que viajan. José Martí, delegado del Partido Revolucionario Cubano y “una mano de valientes” integrada por el generalísimo Máximo Gómez, el coronel Francisco Borrero, el brigadier Ángel Guerra, el teniente César Salas y el dominicano Marcos del Rosario.

 

Es 11 de abril y es noche cuando desembarcan. “Salto. Dicha grande” dice el hombre que morirá más de un mes después como lo había predicho en sus versos, entregado a los campos de la guerra con el mismo fervor con que la organizó desde el destierro, desde la distancia. La Patria está servida.

 

Esto que sigue fue lo último que escribió. Vale recordar esas palabras que dedicó a su amigo Manuel Mercado –como si hubiera sospechado la bala en el pecho, a la altura del esternón, otra en el cuello y una tercera horadando en el muslo derecho- y hoy se consideran su testamento político.

 

Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895. Señor Manuel Mercado:

 

Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir: ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía, y orgullo y obligación: ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo – de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin (...)