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diaz canel silla La coherente continuidad que la inmensa mayoría del pueblo cubano eligió con su voto, es la victoria de aquel que ocupó físicamente esa silla en la Asamblea Nacional del Poder Popular desde su fundación: Fidel. Foto: Juvenal Balán

Solo en apariencia estaba sin ocupar la silla a la diestra de Díaz-Canel, desde ayer presidente del Consejo de Estado y de Ministros, como lo estuvo mientras Raúl ocupó ese puesto. La coherente continuidad que la inmensa mayoría del pueblo cubano eligió con su voto, es la victoria de aquel que ocupó físicamente esa silla en la Asamblea Nacional del Poder Popular desde su fundación: Fidel.

De él, de Fidel, es la victoria de la continuidad generacional pacífica y seguramente creativa y victoriosa que Cuba acaba de estrenar, en la cual, como la concibió e hizo realidad José Martí, se fundieron al igual que entonces, los próceres de la Guerra de los Diez Años con los Pinos Nuevos, con la divisa inclaudicable de la independencia y soberanía absolutas de un pueblo libre, culto, justo y solidario.

Nunca será ocioso recordar que esos fueron los postulados básicos del joven abogado Fidel Castro, en el año del centenario del Apóstol, en 1953.

Todo el discurso de Miguel Díaz-Canel es coherente con esas ideas –sin excluir la dialéctica– de la cual hizo galas aquel joven, hasta el fin de sus días, y continuó Raúl, cuya fidelidad a las ideas del programa de su hermano no tiene parangón. Es válido recordar que en las horas inciertas sobre la vida de Fidel, tras el fallido asalto al Moncada, cuando podía suponerse que este estaría vivo o habría muerto, Raúl, hecho prisionero cerca de Santiago de Cuba y trasladado al Vivac municipal, asumió toda la responsabilidad del asalto, pensando de forma optimista que tal vez Fidel estuviera solidariamente protegido, a salvo. Aquel fue, aunque poco divulgado, uno de los actos más valientes en circunstancias semejantes, cuando la vida de cualquier supuesto protagonista de las acciones del 26 de Julio valía muy poco.

Ayer la silla sin ocupar –físicamente–, como acto solemne desde la dejación por el Comandante en Jefe de sus cargos en el Consejo de Estado, resultaba otro indicativo, preservar su victoria; muy especialmente en un día igual, pero de 1961, cuando acababa de propinarle, con su pueblo uniformado, la primera derrota al imperialismo yanqui en el continente americano, en Girón.

Casualmente, fue un día –ayer– lleno de símbolos históricos: el 19 de abril de 1898, hace 120 años, el presidente yanqui McKinley firmó la aviesa Joint Resolution, la frase fue lisonjera: «Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente», aparentemente en contra del colonialismo español, de hecho derrotado, e hipócritamente a favor de los mambises.

En su magistral discurso Raúl explicaría este amañado proceso yanqui. La respuesta contundente sería propinada por Fidel, apenas 60 años después, con la entrada del Ejército Rebelde en Santiago de Cuba. Entonces triunfaba, definitivamente, la gesta iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, que comenzó por darle libertad a sus esclavos en 1868.

La lucha cimera de Antonio Maceo, Máximo Gómez y otros grandes próceres durante diez años, Martí, aglutinador, la hizo común en un solo haz con los Pinos Nuevos haciendo realidad la contienda continuadora. Esa fue la guerra necesaria del Apóstol, autor intelectual del Moncada, como lo proclamó Fidel en el histórico juicio, celebrado en la Ciudad Héroe de Santiago de Cuba.

Hoy, de nuevo los iniciadores y los Pinos Nuevos, están al frente de Cuba, libre, independiente y soberana.

Fuente: Periódico Granma