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Cuando lo que se quiere expresar se torna difícil, por lo grande e indescriptible de su valor, o por su significación conmovedora, se suele decir “no tengo palabras”, por la sensación de que son insuficientes simples vocablos para traducir el suceso o lo sentido.

 

Y es así lo que experimenta esta reportera por estos días: más tristeza que palabras por la despedida física de Fidel, Líder eterno de la Revolución Cubana, el más preclaro hijo de esta tierra en este siglo y el precedente, luchador inclaudicable por las causas justas, paradigma para quienes buscan en el mundo la igualdad social, la paz y la dignidad.

 

¿Cómo reunir en pocas líneas los sentimientos de un país y la grandeza de la vida de un adalid de talla universal? Justificable esta vez la falta de elocuencia para quien, como yo, desde muy pequeña ha aprendido a amar al humanista excepcional, que no se imagina uno sino vivo, espléndido, frente a la trinchera o las tribunas ante las que se consagró como orador enardecido.

 

¿Qué pudiera decir para reverenciar en toda su medida a este hombre amado por multitudes, que tuvo por Patria al mundo, se entregó sin límites a ella y convirtió la política en un arte para servir al prójimo? El mismo ser que sentimos amigo, familiar y recuerdo yo, además, cuando miro a mi padre: por su integridad, el alto porte, acentuado perfil, la barba, el tabaco en su juventud.

 

Entonces recapacito y enjuago el sollozo, porque el luchador eterno tuvo una existencia longeva, plena y fructífera, porque cumplió con creces la obra de la vida y trascendió, como se dice solo logra un mortal cada 100 años.

 

Él es mi Martí más cercano, es la Revolución misma y no desaparecerá porque, como ya se ha dicho, las ideas nunca mueren. América Latina no se puede creer en el siglo XX sin Fidel, que al igual que el Apóstol encaminó su accionar por la integración de los pueblos de esta patria grande.

 

Que no se engañen sus contrarios, tal magnitud humana no cabe en urna de cedro tan pequeña. Su espíritu vivirá en su gente, en todos y en todo, y se me hace que le veremos siempre de imponente verde olivo, haciéndose escuchar con su verbo y personalidad impactantes, promotores de multitudes.

 

Mañanas sin sol y noches sin estrellas describieron varios reporteros durante el amplio paso de la Caravana con sus honras fúnebres, como si los astros declinasen en reverencia. Y es esta quizás una interpretación mística de las ya habituales alrededor de su figura, igual a aquella generada cuando varias veces palomas eligieron su hombro en medio de un mar de pueblo.

 

Se trata de quien nos ha dado el orgullo de ser cubanos, dignos, cultos, solidarios; quien con la Revolución visibilizó en el orbe a la pequeña Isla y la convirtió en ejemplo para el resto de los procesos progresistas y de resistencia del planeta.

 

Le otorgó nombre, fisonomía, identidad y singularidad a Latinoamérica, y su obrar trascendió el área para ser además esperanza de todo el Tercer Mundo, dándoles rostro y palabra a los pobres de la tierra.

 

Muchos son los que le admiran igualmente por su carisma inigualable, su previsora alerta por salvar al medio ambiente, su audacia, valor e inteligencia respetada hasta por sus adversarios, y poder de liderazgo al frente del proceso socialista en las cercanías de uno de los imperios más hostiles y poderosos del planeta.

 

Quienes lo tuvieron más próximo destacan además su gran sensibilidad y ternura, su bondad, magnetismo, trato de caballero hacia cualquier persona de cualquier ideología, lo cálido de su abrazo en el momento oportuno, su cultura vanguardista, austeridad, rechazo a la adulación, mirada penetrante, sus manos suaves…

 

Contrario a lo que ingenuos detractores de la Revolución creen, el dolor por el adiós físico de Fidel une hoy más a su pueblo que, orgulloso de haber vivido tantas conquistas sociales a su lado, se propuso multiplicar su rostro continuando su obra, que es preservar la soberanía, la unidad, el altruismo y seguir construyendo el socialismo próspero y sostenible que el concibió.

 

Muestra de esa reafirmación fue por estos días la multitudinaria cadena humana que lo acompañó a lo largo de Cuba, de occidente a oriente, en su Caravana rumbo a la inmortalidad.