fidel miranda horz

“Un llamado en la madrugada, una voz que dice: murió Fidel Castro, y se quiebra. Una respuesta salida desde las entrañas y de la rebelión ante dolor: Fidel Castro no es morible".

Así describe la periodista argentina Stella Calloni el momento en que conoció la noticia que conmocionó a la humanidad este 25 de noviembre. Como ella, miles de personas en todo el mundo reaccionaban con incredulidad al hecho. No podía ser cierto. Nos acostumbramos a creer que Fidel sería eterno, y que su fallecimiento no llegaría nunca.

¿Cómo es posible? Lo vimos hace apenas unas semanas. Todavía celebrábamos su cumpleaños 90. Muchos experimentamos el shock, la negación, la incertidumbre. El Comandante se fue sin avisarnos, sin decirnos cómo o de qué, sin dejarnos espacio a decirle que no, Cuba lo necesitaba todavía.

Ya no tendremos a Fidel en todos lados, ni lo escucharemos hablar por horas en desfiles y tribunas abiertas; ni leeremos sus reflexiones sobre el destino incierto de la especie humana. Tampoco habrá jueves de Mesa Redonda, cuando un país entero se movilizaba para verlo. Ya no explicará, como solo él supo hacerlo, la importancia de la Revolución Energética, el programa de Trabajadores Sociales o la Batalla de Ideas.

Fidel Castro fue “el ser humano más humano”, afirmó Pascal Onguembi, embajador de la República Democrática del Congo en Cuba. Y como ser humano se había ido, nonagenario, habiendo cumplido la obra de la vida.

“Nos hizo gente”, afirman unos. “Nos devolvió la dignidad”, agradecen otros. Millones de personas en Cuba y el mundo reconocen hoy su labor con y para los humildes. Otros tantos le condenan por la pérdida de su capital privado. Así son las revoluciones, la riqueza es finita y es imposible distribuir sin quitar privilegios. Entre unos y otros se han movido las reacciones.

Los amigos de Cuba despiden al luchador incansable, estratega militar, internacionalista. Fidel es, como tantas veces, la noticia. Cámaras y micrófonos son todos suyos. Leo todo, asumo lo que me parece cierto y construyo, para quedármelo, mi propio Fidel.

Llevo en mi memoria al estudiante, que con solo 11 años dejara el colegio Hermanos La Salle para ir a Dolores tras rebelarse contra el autoritarismo de un profesor; ese de quien el Padre jesuita Armando Llorente escribiera en el anuario escolar: “Ha sabido ganarse la admiración y el cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos de que llenará con páginas brillantes el libro de su vida”.

Y así lo hizo. En la Universidad se convirtió en un revolucionario. Allí tomó posición contra los dogmas, hizo huelgas y manifestaciones, militó junto a la juventud ortodoxa para reclamar la soberanía nacional, el desarrollo industrial y la justicia social. Años después, sería este el programa del Moncada y de la Revolución.

Mi propio Fidel estaba en todos lados, lo mismo con casco amarillo a pie de obra, que pañoleta de pionero o uniforme de Barbudos jugando beisbol; haciendo preguntas sobre biotecnología o informática en los laboratorios de desarrollo científico, diagnosticando trayectorias de ciclones junto al Dr. José Rubiera, calculando como si fuese meteorólogo y luego evaluando daños en los poblados afectados.

Iba a los hospitales y conversaba con los pacientes, como si hubiese estudiado Medicina; sabía de todos los temas y contestaba a las preguntas de la prensa de una manera distinta cada vez, sin formalismos ni frases hechas, sin retórica ni falsa diplomacia, a veces incluso respondía con más preguntas.

fidel mesa compartiendoFidel tenía un Don especial para compartir con la gente, para sentarse a su lado, para compartir sus espacios.

Mi propio Fidel tenía una cultura renacentista, y a la par se preocupaba por el ballet, las escuelas de plástica y la formación de instructores de arte para la comunidad.

En los 90, cuando más difícil se tornó la situación económica y política de Cuba, hubo en su voz siempre una palabra de esperanza. Los tensos días del “maleconazo” mi Fidel fue a buscar su pedrada sin chalecos protectores ni carros blindados, desafiando toda norma de seguridad.

Tenía defectos, pero hizo lo que cualquier persona en siete vidas. Dormía poco. Hablaba mucho. Pensaba y actuaba. Prefirió mantener a su familia fuera de los medios de comunicación y la publicidad.

Yo me quedo con el Fidel Castro que describiera Gabriel García Márquez el 17 de abril de 2014: “Va a buscar los problemas donde estén... Dejó de fumar para tener la autoridad moral para combatir el tabaquismo. Le gusta preparar las recetas de cocina con una especie de fervor científico. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con varias horas de gimnasia diaria y de natación frecuente. (…) Fatigado de conversar, descansa conversando. El mayor estímulo de su vida es la emoción al riesgo.

(…) Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua. Al verlo muy abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: pararme en una esquina”.

Mi Fidel odiaba las verdades ocultas, sobre todo esas que disimulan la incompetencia y la burocracia. Tenía un poder casi esotérico de vislumbrar los hechos, quizás el mismo que, unido a los más de 600 atentados fallidos y su memoria inaudita, le valieron la condición de unta´o por los santos afrocubanos. Esta bendición no es más que inteligencia natural, raciocinio y una preparación formada en años de intensa lectura, acumulación informativa e interrogatorios a todo interlocutor posible.

Como ser humano y frente a su país, conoció los sentimientos más profundos: la despedida de las víctimas del atentado al avión de Cubana de Aviación en Barbados, la batalla por el regreso de Elián González o la lucha por la libertad de los cinco cubanos prisioneros en Estados Unidos, fueron momentos en los que no cedió.

Entonces lo vimos serio, sin posibilidad de concesión alguna. Más fue aquella tarde de marzo, tras la partida de su amigo Hugo Chávez Frías, cuando vi sus primeras lágrimas.

Es ese el Comandante que no ha muerto, ni morirá mientras se levanten los silenciados. Vivirá mientras las mezquindades no nos parezcan normales, mientras la guerra no sea santa ni las desigualdades parte de la existencia humana.

Mi Fidel irá conmigo cuando pregunte detalles para escarbar realidades, mientras me moleste la corrupción y prefiera la paz antes que la guerra. Sus caprichos hicieron parte de Cuba. Si él creía que sí, que era posible, entonces lo era y había que materializarlo. Le falló la economía, cierto. Mucho hubo que aprender y perfeccionar en el camino. Pero no dejó de soñar y eso vale más que todo. Fidel estará siempre que no abandonemos nuestras metas, siempre que digamos "sí se puede", y volvamos a empezar una y otra vez, rompiendo límites, paradigmas y fronteras.

Inteligente, temerario, uniformado caballero, con una conducta casi novelesca. Ese Fidel es mi Fidel apuesto, como si en su nombre se hubiese hecho el ideal de la virilidad. Con ese Fidel me quedo. Y no quiero otro.

Retomo al escritor y periodista colombiano: “Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar”.

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