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fidel mirada

 

Escribo sobre Fidel Castro y sé que me arriesgo a la estampida. Escribo sobre un hombre, me aferro a eso. Un hombre imperfecto, como todos los hombres antes y después, pero quizás más perfecto, más amable que la mayoría.

 

Nos duele, a fin de cuentas. Digamos que mi generación, la generación de mis padres creció bajo su sombra, y la de mis abuelos, si creemos en el parto otro desde el conocimiento y la dignidad; que sus discursos emotivos e inmensos marcarán para siempre, lo queramos o no, la escaleta dramática de nuestras vidas.

 

Entendamos también que fue compañía, no importa qué nos pasara por encima, si ciclón, si crisis…, él nos hacía saber que no estábamos solos. Incluso si la desgracia era individual y no llegaba a sus oídos, asumíamos su sombra bienhechora a nuestro lado, y esa intimidad lo volvía hermano, padre, tío, abuelo.

 

Por él, fuimos orgullosos. De su nombre clavado en los anales de la independencia africana, de su amistad con grandes hombres, de su coherencia, del extremo sacrificio de su vida, de su cofradía con las causas más nobles.  

 

Y al margen de los detractores de su política exterior, de las críticas a su internacionalismo visceral, del “vamos a mandar”, del “vamos a dar”,  “porque solidaridad no es dar lo que nos sobra”…, no hay corazón incólume ante los médicos del Henry Reeve allí donde el desastre hizo; ante las lágrimas de quien distinguió el mundo por primera vez gracias a la Operación Milagro; con la sonrisa de la anciana alfabetizada.

 

Escribo sobre un hombre, me repito, pero enseguida acuerdo conmigo misma que quizás fue más que eso. Y recuerdo su manía de Nostradamus que no era hija de la magia sino del observador agudo, inteligente que fue, él que alertó a Allende, y un día, cuando más cómodos nos sentíamos, nos hizo brincar de los asientos cuando vislumbró la caída estrepitosa de la URSS. Él que dijo Los Cinco volverán, seguro cuando muchos no lo creyeron posible, y vivió para verlo.

 

Se fue un grande, escribo. Un árbol de sombra generosa. El hombre de los aciertos y de los errores. El hombre que inspiró los mil amores y sus reversos, pero ante cuya figura era imposible permanecer incólumes.

 

Escribo y duele. Estremece la foto en la Plaza, la fila larguísima, el día después,  aunque no hay fractura, ni incertidumbre, al punto de que quienes nos preguntamos alguna vez qué pasaría el día que nos faltara, ahora que nos falta nos enjugamos las lágrimas y salimos  camino al trabajo, dispuestos a la vida, diligentes, aunque irremediablemente tristes, y un poco más solos.

 

Duele aunque nos preparó para su ausencia y como buen capitán fijó la ruta, el camino hacia ese país mejor que no dejó de soñar ni siquiera en los últimos meses de su vida, un país donde debe cambiarse todo lo necesario, menos la dignidad, menos la soberanía, menos la humanidad, menos nuestra irrestricta condición de libres.

 

Así, dejó en nuestras manos un futuro que empieza ya mismo…, y un resumen de lo que entendía como Revolución donde nos reta a rehacer sobre lo hecho sin ambages, sin poses ni artificios, sin miedo, porque la Cuba perfectible está primero, la Patria mejor para todos sus hijos.

 

Somos Fidel ahora, grita la Plaza. Somos Comandante en Jefe, escribe un niño en un muro que ya no será el mismo. Somos, repartidos en el dolor, así como en la vida.