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Hay vidas que sin pretenderlo se nos cruzan en el camino. La del guantanamero Orlando Romero Rodríguez, de 69 años de edad, por suerte interfirió en el mío, y eso me compromete a no fallarle cuando relate parte de su historia.

Fue por compromiso ético y moral a la educación asimilada de mis padres que la noche del primer encuentro con él, en la parada de Río Guaso, escala de la ruta 1 entre Santa María y el conocido Parque 24, respondí al pedido de su sobrina: servirle de lazarillo hasta donde nuestros caminos coincidieran. Así lo hice, aunque con la inexperiencia de quien cuida a un niño, por primera vez, para que no tropiece.

Rumbo a los respectivos destinos la distancia cronometró entre estaciones el tiempo suficiente para pactar una segunda cita al otro día, la profesional, en su centro de trabajo, la Sala de Conciertos Antonia Luisa Cabal, en el centro de la ciudad cabecera.

Entré y allí estaba aquel hombre de pequeña estura, lentes oscuros y cabeza gacha, como quien monitorea uno por uno sus pasos. Al resguardo de una silla aledaña descansaban su bastón blanco y el bolso azul de faena. Diapasón en mano garantizaba que su “mejor amigo”, esta vez un piano de cola Yamaha de más de 200 cuerdas, no desentonara en el próximo concierto.

Para quien no lo ha advertido aún, Orlando es afinador de piano, el único de la provincia y “el mejor”, criterio que defienden varios de sus conocidos.

Originario de Baracoa e inicialmente titulado como técnico medio en mecanografía, oficio en el que llegaba a escribir 21 palabras por minuto, me confiesa que la decisión hacerse afinador, cuya meta alcanzó en 1971 en la capital cubana, respondió a un llamado del Ministerio de Cultura, organismo ávido de formar especialista en esa materia.

Reconoce y agradece ambos títulos al apoyo de su hermana, quien desde los 8 a los 20 años, tras quedar huérfano de padres, se ocupó de sus cuidados.

Aunque se jubiló en mayo de 2007, se incorporó nuevamente a la vida laboral por ser, hasta hoy, la única persona en Guantánamo con tal habilidad, que lo convierte en imprescindible para nuestra cultura.

Hombre sencillo y modesto hasta en sus comentarios, de hablar pausado como quien piensa bien lo que dirá, me cuenta que sus primeras andanzas profesionales fueron con la Brigada artística Raúl Gómez García en compañía de su amigo y colega José Armando Planches, nombre que no me perdonaría omitir en estas líneas.

También recuerda el apoyo incondicional que brindó a Tussi (Antonia Luisa Cabal), en el cuidado a la técnica instrumental, durante los agitados días de la génesis de la Escuela de Música.

Al preguntarle sobre los pianos más ilustres que pasaron por sus manos evoca con agrado la afinación del teclado que acompañó al cantautor Pablo Milanés durante una de sus presentaciones en la provincia, trabajo que le valió el reconocimiento del afamado trovador al asegurar que aquel instrumento jamás nadie lo había ajustado como Orlando.

Retiene también en sus memorias el extenuante y metódico tensar de cuerdas, horas antes de la presentación conjunta aquí de Silvio Rodríguez y la Orquesta Sinfónica Nacional, o la vez que Alfredito Rodríguez lo subió a una rastra climatizada para que nadie lo molestara mientras preparaba las teclas del instrumento musical que respaldaría al músico en su concierto.

Pero es quizás, con el piano de Frank Fernández que alberga la anécdota más sentida, porque le auguraron que hasta ese día llegaría en la labor. Con todos los malos presagios asumió la misión sin recelo. El pedido fue un tono 4.45 y los arreglos los hizo por medio de una grabación que le facilitó el ayudante del Maestro, algo que nunca había hecho, pero lo logró.

El casi medio siglo cultivando en solitario el buen tino acústico de los pianos de la provincia y no pocos foráneos, apoyado en su audición, pulso y un dedo índice, le han merecido el mejor puesto entre las notas de las tensas cuerdas de todos ellos.

Entre sus discípulos –comenta- solo uno exhibe la paciencia necesaria para el especializado trabajo, y se perfila como el relevo de quien garantizará la calidad técnica de la música de concierto en Guantánamo, la disponibilidad de los instrumentos para los profesionales en formación y la competencia de los pianos en los auditorios guantanameros.

Mientras su sucesor llega, Orlando sigue ahí, en una sala de conciertos que como él, no parará sus funciones por falta de las únicas manos capaces de convertir cada nota gruesa de piano en sinfonía.