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playita 3024288

"Salto... ¡Dicha Grande!". Volver a la tierra amada, volver entero pero dispuesto a deshacerse en pedazos el alma y el cuerpo, por lograrla luego de haberla pensado una y otra vez, con todos y para el bien de todos.

Así llegarían en noche de tormenta en un modesto bote aquellos hombres a las costas guantanameras, y con ellos la esperanza de un mundo mejor que hasta hoy se nutre de los deseos más jóvenes, irreverentes, apasionados...

Y la playa de piedras, al pie de Cajobabo, entre el mar revuelto y la roca empinada, los recibiría para quedar por siempre en la historia.

La sangre en las venas de los verdaderos cubanos es la misma que entonces hizo a Martí conmoverse ante el horror y la injusticia, querer cambiar, y luchar con las armas posibles, cada quien con las suyas, aunque un día pudieran convertirse en una sola: el cañón que vomita la pólvora con fiereza.

Las fuerzas para remar cada vez se las daría el desprecio al imperialismo, a la explotación, al coloniaje; la esperanza por una América Nuestra, única, desde el Río Bravo hasta la Patagonia.

No sé si hace 120 años se vería igual el lugar. El paso del tiempo y la dureza del mar pudieron haberlo transformado todo. Pero las lomas que hermanan hombres siguen levantándose cada día en la zona más oriental de Cuba; y el tebenque que los reconfortara y les calmara la sed, sabe igual de exquisito al paladar, como las frutas... Únicos también serían el verdor y los azules.

Como sentencia eterna se lee en Playita, en el lugar justo: "De pueblo en pueblo, de tribuna en tribuna y de alma en alma predicó la Guerra Necesaria que desencadenó con su palabra y fecundó con su sacrificio. La fe y el amor fueron sus armas de combate, se dio entero a Cuba y cuando lleno de ella cayó crucificado, Dos Ríos se trasmutó en Gólgota y su nombre en el del Cristo de la Patria".

Volvió a andar Martí sobre sus pasos este 11 de abril y aunque la tierra muestra una nueva faz, en las entrañas palpita el mismo corazón.