trump qPero tanto sus detractores, que se interrogan abiertamente sobre su salud mental, como sus incondicionales, que denuncian viles ataques contra el presidente, quedarán decepcionados: el balance de salud se limitará a verificar su peso, la tensión arterial y los niveles de colesterol.

No hay ningún examen psiquiátrico previsto para quien se califica a sí mismo de “genio estable”, una extraña formulación.

Ahora bien, a pesar de que durante la campaña presidencial su médico personal Harold Bornstein, aseguró, en un tono más folclórico que científico, que era “el individuo con mejor salud elegido a la presidencia”, las dudas persisten.

Las preguntas acaban de ser relanzadas con el polémico libro del periodista Michael Wolff, que pinta un retrato virulento del exmagnate inmobiliario y asegura que su entorno duda de su capacidad de gobernar.

El inquilino de la Casa Blanca no está obligado a someterse a una revisión médica ni a hacer públicos los resultados, pero este trámite se ha convertido en una tradición, y el poder ejecutivo asegura que Donald Trump va a seguir los pasos de sus predecesores.

El debate sobre la salud mental de los presidentes se avivó durante el segundo mandato de Ronald Reagan, en los años 80, cuando algunos observadores comenzaron a interrogarse sobre el deterioro de las capacidades intelectuales de Reagan que, varios años después de abandonar el poder, fue diagnosticado con la enfermedad de Alzheimer.

En 1994, el expresidente Jimmy Carter dio la voz de alarma al inquietarse, en el Journal of the American Medical Association, del “peligro” que representaba para Estados Unidos la posibilidad de que las capacidades de un mandatario quedaran mermadas por una “enfermedad neurológica”.

Pero nada se había movido desde entonces.

Proyecto de ley

El pasado mes de abril, Jamie Raskin, un legislador demócrata del Congreso, depositó un proyecto de ley que preveía la creación de una comisión de 11 personas compuesta esencialmente por psiquiatras y neurólogos que podría ser llamada a pronunciarse sobre la salud mental del presidente.

Raskin se apoya en la 25 enmienda de la Constitución, ratificada en 1967, que prevé que el vicepresidente gobierne en caso de incapacidad probada del presidente para ejercer el poder, pero que no contempla ninguna entidad que tenga el poder de examinar la salud mental del jefe de Estado.

“Dicha entidad tendría que haber sido creada hace mucho tiempo. Necesitamos ese órgano, no solamente para esta presidencia, sino para las que están por venir”, explicó en una entrevista a la AFP.

“Los autores de esa 25 enmienda comprendieron el peligro de tener un presidente que no esté en plena posesión de sus capacidades en la era nuclear en la que vivimos”, señaló.

“Enciendo la televisión y la radio y la gente discute sobre si el presidente tiene una incapacidad neurológica o si es mentalmente apto. Lo que necesitamos es un mecanismo por el que esta duda pueda ser examinada en caso de crisis”, añadió.

En un Congreso dominado por los republicanos, un proyecto como éste no tiene ninguna posibilidad de prosperar, pero podría contribuir a abrir un debate a largo plazo.

Entretanto, algunos medios de comunicación interrogan a especialistas para hacer un análisis a distancia del 45 presidente de Estados Unidos: sus lanzamientos de tuits, su gestualidad a veces sorprendente y sus dificultades pasajeras de locución han dado lugar a innumerables interpretaciones más o menos rigurosas.

“Es un absoluto incumplimiento del deber por parte de los periodistas apoyarse en psiquiatras que nunca han tenido ningún intercambio con el presidente”, afirmó el lunes indignado Hogan Gidley, portavoz de la Casa Blanca. “Es repugnante”, estimó.

La revisión médica rutinaria de Donald Trump en el hospital de Walter Reed está prevista para este viernes.

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