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1Paquito, el controvertido Hombre del Saco, con Diogni a la espalda, como andaban el día de la confusión

Ciudad de Guantánamo, 28 de octubre de 2014. Un acontecimiento inaudito conmociona la esquina de las calles José Martí y 10 Norte: son las nueve de la mañana y un individuo avanza cargando sobre sus espaldas, dentro de un saco, a un niño, a quien por demás cubre con una camisa de mangas largas.

 

Se detiene y solicita de un transeúnte, le compruebe si al pequeño lo está castigando el sol. La visión se torna apocalíptica para quienes descubren a “un ladrón de niños” y la reacción es inmediata: la muchedumbre, indignada y amenazante, le va encima al “degenerado”, lo despoja del bebé y solo la acción resuelta y decidida de algunos contiene la ira y avalancha humana que se le viene encima.

 

El incidente, hasta hoy, desata las más diversas versiones  alimentadas por la teoría del rumor, con suficientes fabulaciones no siempre bien intencionadas, que alejan el hecho de la realidad. No hay ninguna malevolencia, aunque es cuestionable el proceder en la custodia del infante, se comprobó.

 

Pascual Sánchez Columbié, de origen campesino y con bajo coeficiente intelectual, hace muchos años llegó a Guantánamo con su familia, que dejó atrás los predios de Piedra Sola, en Santa Catalina, zona serrana del municipio de Manuel Tames. Otrora trabajador de Camiones del Oriente y de Comunales, hoy es un servicial jubilado por enfermedad, y querido vecino de San Gregorio entre 10 y 11 Norte, génesis de la historia.

 

Una estrecha relación lo une a Diognis Bueno Welch, su pequeñín compañero de epopeya. “Hace 11 meses -cuenta Yaleidis Rodríguez Tito, de 22 años de edad y madre del pequeño-, Paquito anda con el niño. Es nuestro vecino, me ayuda en su cuidado y el bebé lo llora y le extiende los brazos en cuanto nota su presencia”.

 

El día de marras, Yaleidis, quien es trabajadora de la Dirección Municipal de Deportes, debía llevar a su hijo mayor, de dos años de edad, al hospital Doctor Agostinho Neto para un tratamiento de ozonoterapia. Como práctica habitual y sin otra alternativa, dejó a Diognis al cuidado de Paquito, quien solícito recibió otro encargo comunitario: buscar un plomero en la zona de los hechos.

 

Sin pensarlo dos veces alzó al pequeñín para emprender el viaje, y contra toda lógica (“para mayor comodidad”, según él) echó el niño en un saco blanco de arroz, dejándolo al descubierto. Diognis viajaba contento, acostumbrado a este tipo de trajín que en ocasiones incluía paseos en un vagón de construcción.

 

Todo fue bien hasta llegar a la esquina en cuestión, donde en medio del torbellino que se armó al instante, los trabajadores de la vecina escuela especial Ramón López Peña “rescataron” al  bebé, y solicitaron de la acción policial, muestra fehaciente de la combatividad ante la presunción de un delito.

 

Paquito, detenido, fue presa de sus nervios: temblaba, lloraba, se ahogaba en explicaciones ante los uniformados, las cuales solo fueron justificadas, tras las declaraciones de la joven madre, de cuyos brazos escapaba el pequeño al descubrir en la unidad de la PNR, la presencia de su querido cuidador.

 

La historia, narrada como comedia, pudo convertirse en una tragedia e impone la reflexión familiar sobre la responsabilidad que presupone la custodia y educación de los hijos, tal como consignan la Convención de los derechos del niño suscrita por Cuba como integrante de la Asamblea General de la ONU y la propia Constitución de la República.

 

A tenor con ello, la  legislación protege al niño contra toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual, mientras se encuentre bajo la custodia de los padres, de un representante legal o de cualquier persona a su cargo.