Dice Yamilé Sánchez Ramírez que lo más difícil de dejar es la familia. Al resto, uno se adapta. A las altas temperaturas, a las ocho horas de diferencia, a los turnos de medio día, al descanso mínimo, al aislamiento, al picante excesivo de la comida, al peligro de trabajar directamente con enfermos de COVID-19.
“Sabíamos, cuando pidieron disposición para unirse a la Henry Reeve, que nos mandarían a cualquier sitio”, rememora la Licenciada en Enfermería por casi 30 años, recién llegada a Guantánamo de su misión en los Emiratos Árabes Unidos, país al que arribó a mediados de mayo, luego de un viaje de 17 horas con escala en España.
Fueron, me dice, los primeros sanitarios cubanos miembros de una brigada oficial en esa nación ubicada en la península de Arabia, la cual ha reportado, hasta esta semana, más de 61 mil 300 casos positivos al virus SARS-CoV-2 y casi 400 muertes.
“Trabajamos en un hospital de campaña construido especialmente para la enfermedad, en Abu Dabi –la isla capital de los siete emiratos-, con nueve bloques para asistir por separado a hombres, mujeres, embarazadas, pacientes pediátricos, sospechosos, confirmados… Un sitio con todos los protocolos de seguridad, donde aplicamos lo aprendido en la capacitación que nos dieron en La Habana”, cuenta.
Su bloque era el de hombres confirmados, un espacio con capacidad para 176 enfermos, organizado en habitaciones para dos personas, adonde entraban a cumplir los tratamientos médicos y cuando los aquejados los requerían por medio del teléfono. El resto de las atenciones, eran responsabilidad de un personal de servicio.
Asegura que se ganaron el respeto a pulso entre un variopinto personal con profesionales indios, egipcios, nepalíes, filipinos…, con quienes se comunicaban en el inglés básico y gracias a los traductores de las computadoras y los celulares. “Imagínate, tantos idiomas en un solo sitio”.
El lenguaje que mejor manejaban era el del trabajo y la experiencia. “Nos encontramos muchos jóvenes, que habían ido buscando oportunidades de empleo, y se sorprendían de la profesionalidad de la brigada. Uno de ellos me dijo una vez que no era ni la miga de mi pastel. Pero lo importante era que estábamos, y todos queríamos ayudar”.
No la confirma, su superioridad, aunque pudiera: bastarían sus años de servicio, su categoría de Licenciada en Enfermería, dos años de misión en Venezuela, su Maestría en Atención Integral a la Mujer y dos diplomados en Cuidados Intensivos, el más reciente de ellos recién ganado, especialmente para pacientes con coronavirus.
Solo habla de orgullo. “Siempre he amado mi trabajo, así que sin importar donde esté, el mejor sentimiento es cuando el paciente mejora. Por suerte, en mi sala, la gran mayoría evolucionó bien, fueron muy pocos a quienes remitimos a Cuidados Intensivos, que funcionaba en otro hospital, y no tuvimos fallecidos”.
Dos meses estuvo en la capital de uno de los países más ricos del mundo -el cual donó a Cuba, a inicios de junio, ocho toneladas de suministros médicos. “Creo que dejamos un buen recuerdo. Era un orgullo grande cuando los pacientes que iban de alta nos decían en español: ¡cubanos, gracias Cuba, Viva Cuba!”.
Su recuerdo más vívido, explica con calma, mientras se acomoda en un asiento, rodeada por sus hijos Daimé y Juan Ernesto, y para orgullo del oído atento de su madre nonagenaria, Elsa, terminó precisamente con un ¡Viva! al país de las Antillas:
“Eran más o menos las 10 de la noche cuando nos llegó un hombre con un distrés respiratorio (acumulación de líquido en los sacos de aire de los pulmones, lo cual no permite que el oxígeno llegue a los órganos), y con venas difíciles de canalizar, lo que dificultaba el brindarle ayuda.
“Había personal de otras nacionalidades, pero los cubanos nos pusimos al mando y lo estabilizamos. Tres días después, vivo y mejor, nos alababa una y otra vez. Eso te llena de orgullo, te hace olvidar el cansancio, el hecho de que luego del trabajo agotador solo tendrás un poco de tiempo para ver a tu familia por vía Internet, todo…”, rememora.
Es un ejemplo de coherencia: la enfermera Yamilé que se pasea por el Policlínico Norte, donde desde octubre del pasado año se desempeñaba como supervisora del grupo básico 2, y esa otra de traje de seguridad y nombre escrito en plumón azul, justo en el pecho, que salvaba vidas en la zona roja del hospital de Abu Dabi.
“Soy consecuente, además, con la historia de mi país y de mi familia, pues mi hermana Elsa fue miembro de la primera misión de la Brigada Henry Reeve en Guatemala, luego de la situación de emergencia que provocó la tormenta tropical Stan, en octubre del año 2005, solo un mes después de que la creara el Comandante Fidel Castro”.
Desde su asiento, la madre escucha. Es parte de la familia que es duro extrañar y siempre está a la hora de enorgullecer, y entiende la magnitud de la entrega de sus hijas. Fue, asegura Yamilé, el primer gran abrazo de su regreso: “Me apretó con la fuerza de sus 93 años y solo me dijo, ay, mi hijita, como te extrañé”.
Le pregunto sobre la propuesta, extendida, repetida en varios idiomas, de que la Brigada a la que pertenecen su hermana y ella reciba el Premio Nobel de la Paz: “Creo que lo merece, lo merecemos. Porque estamos en los sitios más difíciles, nos exponemos a todo, a pesar de todo, y salvamos vidas”.
Comentarios
Recomiendo extraer de todas las unidades de salud —al menos las del municipio Guantánamo—, las historias de vida que como Yamilé, otros brigadistas de la Henry Reeve nos pueden regalar,
Saludos #DesdeGuiantánamo.
Suscripción de noticias RSS para comentarios de esta entrada.