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guantanamo combatiente sayuNicolás Sayús, a sus 71 años. Foto: Leonel Escalona Furones

“Como el Che, dice Nicolás Sayús Savón, no hay otro, ni lo habrá”, y mira hacia algún punto más allá de mis ojos que han seguido, en su cuerpo, lo que su boca dice sobre la misión que hace 50 años lo llevó hasta el Congo Leopoldville, hoy República Democrática del Congo, como parte de una guerrilla liderada por el mítico argentino.

Antes, luego del triunfo revolucionario, se había incorporado a la lucha contra bandidos en la columna 33, con sede en Virginia y que operaba en toda la zona de Yateras bajo el mando del hoy General de Brigada Francisco González López, Pancho, y luego a un curso de artillería en Dos Caminos, Santiago de Cuba.

En el ejército estaba, casi a punto de licenciarse, cuando le proponen una misión secreta que no conocería cabalmente hasta muchos meses después, a cientos de kilómetros de distancia de su país natal.

El entrenamiento, que se realizó entre Pinar del Río y Santiago de Cuba, era de guerra de guerrillas. “Con el tiempo, se supo que la nuestra sería una misión fuera del país, pero ni podíamos imaginarnos quién estaría al frente”.

Solo lo sabría cuando, luego de un mes de escalas en Canadá, El Cairo, la República Checa, el pequeño grupo con el que viajaba aterrizó en Tanzania –en su pasaporte el nombre era Armando González Peña-, desde  donde cruzaron al Congo, a través del lago Tanganika, desde el puerto de Kigoma.

Viajan, recuerda, en dos lanchas luego de que en Tanzania a su grupo se unieran otros cubanos llegados con anterioridad. Unos 15 hombres cruzan las aguas y emprenden el viaje de un día cuesta arriba, hasta llegar al pico de una montaña cercana, donde ya los esperaban los jefes de esa misión que buscaba apoyar a los guerrilleros que se oponían al presidente golpista Moise Tshombe. Entre ellos, estaba el Che.

“Llegamos y él preguntó si lo conocíamos. Hacía poco él había dejado sus cargos, y aunque estaba un poco cambiado, yo lo reconocí de las fotos en los periódicos. Y otros también, pero él nos dijo que en Cuba lo llamaban así, pero que en El Congo él era Tatu, que en idioma swahili era tres.

El uno, Moja, era Víctor Dreque, y el dos, Mbili, su ayudante José María Martínez Tamayo. A todos nos cambiaron el nombre, otra forma de camuflarnos, por algo casi todos éramos negros, como yo. A muchos les pusieron el nombre de números. Yo, por ejemplo, era Dangusi, Carlos Coello, Tuma, y Harry Villegas, Pombo. Y entre los tres formábamos su escolta personal.

La vida, rememora, era difícil. “Guerrilleros al fin, no amanecíamos casi nunca en el mismo sitio. Dormíamos en hamacas o en el piso y en los pocos lugares donde hicimos campamentos levantábamos pequeñas casas con unas hierbas gigantes, o aprovechábamos casas abandonadas o cuevas”.

Se comía poco también. Lo más común era el bucali, la yuca hervida, pero al caldero iba lo que aparecía. “Elefantes, monos que cazábamos, pero también chivos o vacas que comprábamos a los campesinos”.

La ayuda, las armas, la escasa comida, todo les llegaba desde Cuba. El apoyo de las guerrillas Simba compuesta en parte por simpatizantes del asesinado presidente Patricio Lumumba, excepto en hombres, no existía. Y los hombres, asegura, tampoco tenían el arraigo y la combatividad que uno pensaría naturales en quienes luchan por la libertad.

“Eso, dice, era lo más difícil, además de la comida y los insectos. Luchar al lado de un hombre que, cuando las cosas se ponían difíciles, tiraba su fusil, cogía monte para escapar, y te dejaba completamente solo. Tampoco tenían líderes que lucharan junto a ellos”.

Un liderazgo que a ellos, lo recuerda muy bien, no les faltaba. “Como el Che, me repite entonces, no hay jefe mejor ni lo habrá. Habíamos escuchado anécdotas que contaban que no comía si lo que había era insuficiente para todos, pero nosotros lo vivimos, como su sentimiento ante la pérdida de algún compañero. Cualquiera estaría dispuesto a morir por ese hombre que, cuando mataron a Orlando Puente, lloró”.

“Esta es la historia de un fracaso”, comenzó así su Diario sobre la campaña de El Congo el propio Ernesto Guevara, “pero en la manigua no se hablada de derrota. Sabíamos que ya altos dirigentes de la Revolución le habían sugerido retirarse, ante la falta de empuje de la guerrilla, pero él apostaba por más tiempo. Tenía confianza, siempre tuvo una gran confianza en sus hombres”.

Pero los hechos eran irrebatibles. En varios meses, la guerrilla no tuvo una sola victoria que pudiera defenderse como tal. Las bajas al enemigo, aunque numerosas con respecto a los caídos cubanos, no mellaron el poderío del ejército respaldado por las potencias occidentales y compuesto por miles de mercenarios belgas, franceses, americanos…

Tampoco las acciones combativas llegaron a buen puerto. “Tratamos de tomar fuertes que se nos resistieron, emboscábamos a campamentos enemigos…, pero eso no era suficiente para hacer una guerra, de modo que cuando nos cercaron, nos cortaron la comunicación por aire y tierra, nos libramos y nos retiramos de vuelta de Tanzania”.

Ya en Cuba, Sayús volvió a coincidir con el Che en un centro de entrenamiento de La Habana., pero esta vez no lo reconoció.

Solo después, con el Che ya cercado en Bolivia, sabría la suerte del guerrillero que, en las selvas del Congo, “podía ser muy duro, y a la vez guardar un espacio para la jarana, pero siempre justo, preocupado por las condiciones de su gente, sacrificado además por el asma que no lo abandonó nunca, y estudioso, cargado de libros y con su fusil al hombro porque, eso sí, al Che no había quien le quitara su fusil”.