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guanatanamo monumento arcid duvergelMonumento a Arcid Duverger y el combate de Arroyo Hondo, en esa localidad, a una decena de kilómetros al sureste de esta ciudad. Foto: Leonel Escalona Furones

 

Combatir en tres guerras por la independencia cubana hubiera sido suficiente para la gloria del guantanamero Arcid Duverger, de no pasar a la posteridad como el coronel del Ejército Libertador caído valientemente, de un tiro en la frente, en el combate de Arroyo Hondo, el 25 de abril de 1895.

 

Su vida fue de bravura, intrepidez y abnegación. La lucha por la independencia de Cuba lo tuvo a poco del grito de La Demajagua el 10 de octubre de 1868, junto a su padre Ángel y su hermano Miguel, entre los mambises.

 

Al parecer, su nombre propio era Aquiles, y también se afirma que Pablo Arcid. Nació y creció campesino, con pocos estudios y mucho trabajo en una finca pequeña de café en Palmar de Yateras, junto a sus padres (Isabel se nombraba su madre), y fue el menor entre sus hermanos Miguel, Gastón y Tomasa.

 

Descendía de los entonces llamados “negros franceses”, de la emigración afincada en la serranía suroriental cubana tras la Revolución Haitiana en la vecina colonia gala, desde fines del siglo XVIII. Los Duverger fueron aquí pardos libres, del discriminado estamento social “raza de color”, anotan los cronistas.

 

Como soldado empezó en la Guerra de los Diez Años, en la División Cuba, mandada primero por el mayor general Donato Mármol y después Máximo Gómez, subordinado directamente al teniente coronel Policarpo Pineda Rustán. Gómez, Antonio y José Maceo, y Silverio del Prado lo tuvieron en la invasión a Guantánamo a partir de 1871. En particular José fue su maestro y jefe inseparable hasta la muerte.

 

Con Antonio también estuvo, al cansarse otros, en la gloriosa Protesta de Baraguá; con José, en el último combate de los Diez Años, en La Criolla, cerca de Puriales de Caujerí; muerto su padre en acción, volvió a la finca, esperando el reinicio de la lucha, que se produce en agosto de 1879, con la llamada Guerra Chiquita y José al mando en zona yaterana.

 

Tras un año de penosas hostilidades, traicionados por el general español Camilo Polavieja del Castillo, que les había prometido garantías y libre salida con familiares al deponer las armas, con José, Guillermo Moncada, Quintín Bandera y otro más de un centenar de combatientes, Arcid fue enviado al presidio político español en África Occidental.

 

Al ser liberado, se junta en reposo turbulento con otros patriotas en Centroamérica. En el haz de Antonio está en 1891, cuando este funda La Mansión, en la península de Nicoya, Costa Rica, y cumple misiones suyas allí y fuera.

 

Una anécdota retrata su carácter. Cuando el 10 de noviembre de 1894, en San José, el Titán de Bronce es herido de bala en la espalda, en atentado ordenado por el embajador español, y por excepción Arcid no lo acompaña, al regresar este dijo: “Si estoy allí con un machete ¡Dios hubiera sabido lo que pasa, porque con un machete en la mano hasta yo mismo me tengo miedo!”.

 

Él es de los 23 que, cada uno con su machete, apenas 22 revólveres, 11 fusiles y poco parque, porque buena parte se pierde en la zozobra de la goleta Honor, desembarca en la expedición de Flor, con los Maceo, en Duaba, Baracoa, el primero de abril de 1895.

Arcid tiene la misión de adelantarse a avisar de la llegada a las fuerzas de Guantánamo y Santiago de Cuba, de Pedro A. Pérez y Victoriano Garzón. En 10 días, por 160 kilómetros entre sierras y montes, lomas, despeñaderos y farallones, evadiendo peligros y acechos de miles de soldados y voluntarios españoles, cumple su misión.

 

Mandado por José, también recién salido de su odisea, y avisado por la patriota Inocencia Araújo del desembarco de La Playita de Cajobabo el 11 de abril y que José Martí, Máximo Gómez y los expedicionarios vienen a caer con poca escolta a la hostil zona de Guantánamo, de donde ha salido una columna española a cazarlos, va Arcid a marcha forzada con las fuerzas de Pérez y Garzón al encuentro con la muerte y la gloria, como ha escrito uno de sus biógrafos, o su “cita con ángeles”, que diría el poeta.

 

En Arroyo Hondo, cruzando el puente, olvidando el almuerzo, combaten 200 fieros mambises durante cuatro horas a 600 españoles de la columna del coronel Copello, para salvar a las dos figuras cimeras de la Revolución. Los colonialistas se retiran a la ciudad con 42 muertos y 63 heridos; los libertadores, cuatro muertos y 67 heridos. Arcid no se parapetaba al combatir, disparaba de pie o a caballo.

 

Poco después de la cruenta refriega llegan al lugar los expedicionarios.

 

“Murió Alcil Duvergié, el valiente, de cada fogonzazo un hombre; le entró la muerte por la frente”, anotó Martí en su Diario de Campaña ese día. En el suyo, Gómez da cuenta de la victoria y lamenta: “En cambio, un claro sensible se ha abierto en nuestras filas en la sangrienta jornada del día 25: Arcid Duverger, uno de los jefes más intrépidos de los naturales de Guantánamo, fue muerto en tan rudo combate”.

 

Calazán, un compañero de armas, enterró el cuerpo en un cercano monte de palmas. Mujeres de Arroyo Hondo, El Yarey y Casiseis atendieron la tumba durante la guerra, con ternura y devoción, depositando flores diariamente en ella, para que no se perdiera en el olvido aquel rincón sagrado de la Patria.

 

Los restos fueron exhumados al terminar la guerra y trasladados al cementerio San Rafael, de Guantánamo, depositados luego en el Panteón de los Libertadores, y hoy se atesoran en el Mausoleo del Mambisado Guantanamero, en La Confianza, Monumento Nacional.

 

Arcid Duverger es el nombre oficial republicano de la calle citadina llamada Santa Rita originalmente, por imposición de las autoridades coloniales españolas, recordó el desaparecido historiador Rolando Quintero Mena. La memoria del mambí se perpetúa en la denominación de otras instituciones y en el recuerdo agradecido de las actuales y futuras generaciones por su sacrificio para la libertad y la independencia de la Patria.