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caricatura maltrato consumidor

No siempre podemos complacer, pero siempre podemos hablar de manera que complazca, escribió en época tan lejana como el siglo XVIII, Francisco María Arouet (Voltaire), uno de los enciclopedistas promotores de la Revolución Francesa.

Charles Chaplin, otro genio pero de la pasada centuria, disertó sobre el efecto beneficioso de la sonrisa, un acto que según el creador de Charlot "cuesta poco y produce mucho. No empobrece al que la da y enriquece mucho al que la recibe".

No pocos de los partidarios de esa sentencia se creen merecedores –y en realidad lo son- de ser acogidos con una sonrisa en cualquier establecimiento, aun cuando hagan presencia sin ninguna dibujada en su rostro,  y en lugar de preguntar: “ ¿por favor sería usted tan amable de decirme cuál es el precio de esa camiseta?”, se limiten a un escueto “¿cuánto cuesta..?”

Tal vez el laconismo obedece a que en otra ocasión que fueron más halagadores con la persona de la parte de adentro del  mostrador, en busca de una prenda de vestir u otro objeto tuvieron por repuesta, si no la callada, un rotundo “cuatro pesos con 50 centavos”, en lugar de un “sí, cómo no, estamos para servirle, ¿desea probárselo? Por supuesto que la cifra es hipotética, pero el trance danza entre lo posible y lo real.

Oscar Wilde,  a quien nuestro José Martí ensalza en el artículo homónimo,  subrayó con fina ironía en una de sus comedias que “el deber es lo que esperamos de los demás”, y aunque la sentencia del dramaturgo irlandés tiene visos irónicos, hay quienes en cuestiones de cortesía se apresuran en seguirla o son seguidos por ella,  al pie de la letra.

Por supuesto que ya no se estilan los bodegueros que al servir al cliente experimenten la misma contentura del inspirador del cha cha cha de Richard Egües, pero la época que nos toca vivir en Cuba resulta notoriamente más alegre con creces que aquella en que las victrolas y la radio repetían la internacionalmente  conocida composición cubana.

Cabría preguntarse por qué las relaciones entre quienes disfrutamos de un sistema social tan humanista y justo, o -para ser menos abarcador-  las que se establecen entre los servidores públicos y el público, no son acreedoras de ambos calificativos.

Además de inexacto, porque rara vez la razón es absoluta o radica totalmente en una de las partes, el slogan que afirma que el cliente siempre la tiene ofende a los numerosos dependientes y trabajadores de los servicios que honran su tarea, con un trato correcto y loable.

Uno, o una de ellas, conocí al soslayo, en una visita reciente a La Habana, sazonada con un vuelo demorado. “Qué malcriados estos pasajeros de Guantánamo, porque el avión no salió en tiempo, creen que lo merecen todo. Te compadezco, por lo que te espera”, susurraba  una empleada a otra tan jovencita como ella, a punto de relevarla en la cafetería de la terminal aérea”.

Y la interpelada con la sonrisa perenne que la acompañó hasta que abordamos el avión –refrigerio y almuerzo de por medio-,  respondió: “No te preocupes, cumplir con mi obligación es lo que me espera, y estoy acostumbrada a hacerlo”.

En verdad, fue una de las contadas veces que sentí que tenía la razón…o que la había perdido.