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caña

Zafras azucareras en Baracoa. La expresión parece cosa de locos en estos parajes de grandes elevaciones, donde lo común es hablar de coco, café, cacao, de vastos recursos forestales, de miel de abejas, y de placenteros ríos.

La evocación hace poner cara de incrédulo a cualquiera, pero en 1803, Baracoa, a pesar de su accidentada geografía se convirtió en uno de los seis puntos de la Isla por cuyos puertos se exportaba azúcar, no en la forma en que se conoce hoy, sino como raspadura envasada en cajas. Tal actividad duró hasta 1859 y durante esa época, además del comercio exterior, existía el interno de la región que comprendía a Maisí, Imías y Moa.

Unos catorce trapiches de masas horizontales y fabricación norteamericana que hacían funcionar dotaciones de cuarenta y cinco o cincuenta esclavos empleados como macheteros y fuerza motriz de las máquinas, molían por zafra unas 2 000 arrobas de caña.

caldera azucar

La molida era caña a caña y el guarapo iba a parar a cinco pailas donde se cocía el jugo hasta convertirlo en elemento sólido: la raspadura o mascabado, como también se le conocía, era envasada en cajones para la comercialización.

Toda la zafra se hacía con dos o tres caballerías de caña plantadas en el lomerío baracoense, donde un grupo de franceses impulsó el cultivo del café y el de la gramínea.

La vida azucarera baracoense transcurrió con prosperidad hasta 1859, a partir de entonces comenzó a decaer y vino su ocaso, pues en 1870 un fuerte proceso inversionista en zonas llanas de Matanzas, La Habana y Villa Clara, contra el que no podían competir los trapiches, la relegaron a la satisfacción de simples necesidades particulares.

(Tomado del libro Baracoa: Más allá de La Farola, publicado en 2013 por la editorial El Mar y la Montaña)