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Al partir, ciento cincuenta y cuatro kilómetros nos separan de Baracoa, la más antigua villa cubana. Desde la ciudad de Guantánamo, un ómnibus promete llevarnos en poco más de tres horas a nuestro destino.

La gran Vía Azul –no la guagua, que es Yutong, sino la carretera que conduce a La Primada, desde la cabecera provincial- recorre el litoral costero sur atravesando parte del semidesierto cubano, un paisaje agreste y amarillento que contrasta con el mar.

En Cajobabo enrumbamos hacia el norte para adentrarnos en el macizo montañoso Sagua- Baracoa. Faltan 49 kilómetros hasta llegar a la antiquísima urbe.

Una parada, y otra, y otra más. Pasajeros van ocupando poco a poco el pasillo: dejar a la gente a su suerte, bajo el sol del mediodía, es cruel. Recogerlos afecta el confort de quienes pagaron a la agencia de viaje por el servicio. De cualquier manera es cuestionable, para ganancia de la tripulación (pero eso no es lo importante ahora).

En Veguita del Sur comienza a complicarse el trayecto. Las curvas, anunciadas con un kilómetro de antelación, son cada vez más cerradas. De un lado el sólido paredón de roca, por momentos tan pegada al vial, que parece que fuera a chocarlas. Del otro, el abismo.

Se imponen maniobras cada vez más complejas que el chofer realiza con calma, tal parece conocerlas de memoria. La guagua sube, baja, gira. Otra vez dobla, baja, sube. Ha comenzado la parte más compleja del camino.

Ingeniería

La Farola, lo que se llama La Farola, empieza en el puente de Las Guásimas y se extiende seis kilómetros hasta el Mirador, situado unos cuatro kilómetros antes de llegar al Alto de Cotilla, que es el punto más alto del camino.

En ese tramo, el viaducto de seis metros de ancho reposa sobre pilotes y vigas de hormigón entretejidas con acero, que tienen en sus articulaciones planchas de plomo, mientras en las partes más estrechas, donde no se pudo “romper” la roca, sostenes en forma de T ayudan a aguantar la carretera, también de hormigón, de veinte centímetros de espesor.

Nos encontramos a 450 metros de altura sobre el nivel del mar, a media ladera sobre el precipicio, en una carretera que según recoge la historia[i] demandó para su construcción del esfuerzo de 514 trabajadores entre 1963 y 1965, que cavaron en pendientes de 70 grados e hicieron efectivas soluciones ingenieriles que, seis décadas después, garantizan la seguridad del vial.

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La gente

En medio de la loma, cuesta arriba, se quedan algunos pasajeros.

Los vemos perderse monte adentro en los estrechos caminos que inician justo al borde de la carretera.

Entre esas montañas hay vida social: escuelas y consultorios médicos “alumbrados” con paneles fotovoltaicos, cooperativas campesinas, casas humildes… La Farola hilvana pequeños pueblos y casas aisladas, gente que vive humildemente, mujeres que lavan dando paleta sobre la ropa, hombres que salen a trabajar la tierra temprano…

A la orilla de la senda, estacionadas, se ven carriolas a la que llaman chivichanas. Dicen que en ellas se pueden recorrer grandes distancias, que se manejan con sogas y usan cajas de bolas cuyas ruedas “chirrían” sobre el viaducto cuando, en descenso, alcanzan velocidades que rozan los 40 kilómetros por hora. ¿Cómo será la subida?, no lo sé, imagino que con ellas a cuestas.

La Farola es parte de la existencia de esas personas, que no solo la utilizan como vía de transporte, sino para comercializar frutas y dulces típicos como el cucurucho, rica de mezcla de coco rallado con otras frutas y envuelto en yagua, que para los visitantes constituyen rarezas.

De sus rocas brota agua que viene de los manantiales. Es agua potable, fría, un caudal inagotable que calma el cansancio y la sed.

Síntomas de fatiga

En el Alto de Cotilla quedan 29 kilómetros para llegar a Baracoa, según anuncia un cartel en la carretera. Poco después empieza ese municipio. Sí, porque La Farola, como la mayor parte del viaducto, y las bellezas que hay en él, le pertenecen a Imías.

Para esta parte del viaje ya descansa “en firme” la carretera, incluso son menos impactantes los anuncios de vía en reparación que, observados con detenimiento, revelan hundimientos en algunos tramos del vial, además del deterioro de la pavimentación.

Los deslizamientos de tierra son normales en esta zona, la de mayores precipitaciones en Cuba, con registros que ascienden a más de 3 mil milímetros cúbicos en un año.

Cuentan también los años de explotación, los daños provocados a la estructura vial por el traslado constante de cargas, cada vez mayores, que exceden al doble las 8,2 toneladas métricas (presión o peso) para las que fue diseñada.

A pesar de los esfuerzos por revertir el agrietamiento, socavamiento y daños ocasionados por los fenómenos geólogo-climáticos y el mal manejo de tierras y bosques, esta parte de la Vía Azul da muestras de agotamiento físico.

Al final…

Al llegar a Sabanilla y, luego a Paso de Cuba, otra vez despierta la atención. Son como pedacitos de la villa en medio del camino, y algunas fachadas de construcciones coloniales anuncian lo que veremos después, un patrimonio de cinco siglos que sobrevive al tiempo y al atiborrado estilo de la actualidad, muy abundante en Baracoa.

Desde la carretera se ve poco, pero dicen que hay una población inmensa, que seguirá creciendo con la construcción de nuevas viviendas y, en el último poblado, de edificios Forsa que cobijan a familias afectadas por fenómenos meteorológicos.

Ha terminado la parte abrupta del camino y, por fin en terrenos llanos, es buen tiempo para “pegar el ojo”, que equivale a recuperar algunos minutos de sueño, imposibles con los sobresaltos del viaje.

Todavía no sabemos, claramente, por qué se llama La Farola.

Las teorías, por un lado, de un farol ubicado en el punto más alto de la loma, que servía como faro o ubicación desde el mar y para los caminantes, que debían recogerlo al iniciar su recorrido para ser vistos por quienes venían en sentido contrario, y dejarlo al terminar ese tramo.

Por otro, hay quienes dicen que el reflejo de la luz del sol detrás de la loma, cuya cima se alumbra primero al amanecer y recibe hasta los últimos minutos la puesta del sol, dibuja un gran farol natural, que se ve desde lejos.

Cualquiera de ellas pudiera ser, o ninguna. No lo descubriremos en este recorrido, que llega a su fin en el tiempo estimado. Será en la próxima aventura.

 


[i] Los datos utilizados corresponden al texto Más allá de la Farola, del periodista Ariel Soler, reeditado y presentado en la última edición de la Feria del Libro Guantánamo 2018

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