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carrioleroRicardo Ramírez. Los neumáticos "cantan" en el descenso desde el Alto de Cotilla hacia Veguitas. Las curvas y las pendientes exigen el auxilio de los frenos y reducciones. No es juego para el chofer dominar las sinuosidades de esa maravilla de la ingeniería civil cubana que es La Farola, tan cautivante como peligrosa. Por ella Baracoa se conecta con el resto del país. Su irregular trayectoria es seguida por rastras, camiones, autos ligeros, ciclistas y constituye un vial por el que los campesinos transportan los productos, Ricardo Ramírez es uno de ellos.

Oscurecía cuando lo conocimos cuesta abajo; iba cargada su carretilla, domada como un manso caballo, por las sogas, que dictan la dirección del vehículo, cuyas ruedas (cajas de bolas en desuso) chirrian constantemente sobre el viaducto.

Cuenta que es el creador del ingenio, allá por el año 1963, cuando el concreto hizo viable el primer tramo del puente de Las Guásimas, en Veguita del Sur:

"Entonces tenía once años y busqué unos buenos palos, unas cajas de bolas viejas y metí mano a la carretilla, que era grande y halábamos loma arriba con un buey. Luego le montábamos hasta quince quintales de productos y con tres a bordo, frenándola, bajamos la mercancía. ¡Qué nadie diga que la inventó!; ella salió de aquí, donde muchos de otras zonas vinieron a copiar".

Asegura, orgulloso de la paternidad del vehículo, que para frenarlo posee en la parte trasera una lengüeta de goma quecarrioleros arrastra sobre la carretera y encima de la cual se para el timonel para detener el artefacto que alcanza en su descenso hasta 40 kilómetros por hora.

Tras precisar que un operador puede manejar las carriolas hasta con ocho quintales de productos, es decir, unas 800 libras, (viandas, agua, palmiche, leña, etc.) aseguró que no han sido pocos los sustos y los trastazos.

"No se pueden soltar las sogas, si lo haces estás embarca'o. Una vez venía bajando con 16 latas de palmiche y ocho de café para la despulpadora. Me cogió un aguacero en medio del camino y la carga se mojó, multiplicando el peso, la carriola cogió vuelo y no había Dios que la parara. Tuve que "restrallarla" y como soy ligero me tiré pa´ un la'o. La máquina y yo dimos unas cuantas vueltas pero la cosa no pasó de ahí.

Añade que "por la zona, hasta el puente de Yumurí, más para allá del Alto de Cotilla, hay más de veinte chivichanas, pero nunca han tenido problemas con los carros que circulan en la vía, cuando vienen nos pegamos a la derecha y todo resuelto, ellos pasan, y nos miran como a bichos raros, sorprendidos.

Oscurece y ya hicimos perder tiempo al carriolero, que tardó unas dos horas en coronar el Alto de Cotilla desde Las Guásimas y hoy no podrá hacer los 40 minutos habituales en el viaje de regreso, porque los periodistas lo entretuvimos.
(Tomado del Libro Baracoa: Más allá de La Farola. Editorial El Mar y la Montaña 2013)