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playita 3024288Es la noche cerrada y fría. Una noche de esas en las que tierra y mar se confunden, no importa la luna roja, la nube y el mar bravío con sus crestas de nívea espuma que sigue siendo el de la Playita de Cajobabo , playa de acantilado, donde las piedras machacan los pies y las manos tienen que asirse bien a la roca viva.

Saltó el Maestro y sintió el desterrado el abrazo brutal de su tierra. “Salto. Dicha grande”, así dice textualmente en su Diario de Campaña José Martí, sobre el desembarco que ocurrió poco después de las 10 de la noche, cuando el tiempo los dejó llegar, luego de soltar amarras del vapor alemán Nordstrand, a la costa difícil, donde todavía hoy rocas como mundos hieren la travesía.

Era el 11 de abril de 1895. El 24 de febrero, habíase alzado la Patria todavía desgarrada por la Guerra Grande, pero insistiendo en la libertad y en la victoria contra una España para la que habíamos dejado de ser “la siempre fiel isla de Cuba”.  

Después, vendrían las lomas y las espinas, las primeras manos amigas, el trago caliente que sacó del cuerpo la madrugada, el destierro y la llovizna, después vendrían los hermanos de lucha y las preguntas, el abrazo guantanamero y el campo de batalla donde halló la muerte el que para muchos poetas no debió trascender, sino exclusivamente a través de su pluma.

Caminando lo que ellos caminaron, siguiendo la llamada Ruta Martiana donde hoy se preservan los ejemplares de la vegetación que el bardo inmortalizó en sus notas, que marca cada lugar de campamento o descanso, uno es capaz de entender el sacrificio sin nombre de aquellos hombres del 95.

Secundando los pasos del Delegado José Martí, el Generalísimo Máximo Gómez, los generales Francisco Borrero y Ángel Guerra, el coronel Marcos del Rosario y el capitán César Salas, uno alcanza a entender por qué lucharon: hoy, no es Cajobabo lo que era entonces, ni ninguno de los campamentos que vinieron después, hasta Dos Ríos. Ora un consultorio, más adelante casas de vecinos apacibles y corteses, como aquellos que les ayudaron a sobrevivir a los valientes, pero con médicos y maestros incluidos, integran esta vez el paisaje.

Pero conmueve sobremanera que siguiendo sus huellas, cada tanto, un detalle del mundo moderno, algo olvidado por otros caminantes, el nombre de algún entusiasta en la piedra o el tallo, da cuenta de que el camino que inició en La Playita, y pasa por Sao del Najecial, Palmarito de Los Calderos y Alto de Pavano, y termina no en la sangre perdida en Dos Ríos, sino en la libertad de cada uno de los 109 mil 884 kilómetros cuadrados de nuestra Cuba, con su isla grande como caimán, y sus islotes; no es ruta olvidada:

La Patria, en los pies de su pueblo agradecido, todavía la desanda, la reedita.

Foto: Lorenzo Crespo Silveira