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colas

Hacer una cola, en la que se retrata casi con exactitud la cotidianidad y sus avatares, desde hace mucho tiempo forma parte casi indisoluble de la vida del cubano.

En mi caso particular, no soy eso que se dice una fanática de las colas, y aunque pudiera parecer una perogrullada, a veces me da por creer que, además de una necesidad, hay quienes disfrutan de esos momentos y se aprovechan de ellos.

Cada vez que aparece alguna nueva venta, las personas comienzan a ordenar por números o de otras diversas e inverosímiles maneras, el turno que le corresponderá a cada cual para adquirir los productos.

Están de moda por estas fechas las listas que se realizan para la compra del gas licuado liberado; se escucha que volverán a expenderse los módulos de inducción y ya hay quienes se afilan los dientes, y aquellas en las que las personas pasan noches en vela cuidando que nadie afecte el orden establecido para tener una reservación a alguna instalación de campismo.

En ocasiones, me parece que las colas sacan esa parte oscura de la gente, cuando se empiezan a gritar, lo que puede salirse de nivel y convertirse en pelea y también hay quienes, con total irrespeto, tratan de saltar su puesto y pasar por delante de otros.

No obstante, tengo igualmente esa sensación de que para algunos es un pasatiempo, porque no tienen en qué emplear sus ratos ociosos y han convertido estos momentos en un lucrativo negocio: si pagas a alguien para que haga una súper cola (los precios varían, según la oferta y la demanda) te puedes librar del tedio y la desesperación que tantas veces conllevan.

Desde el otro lado, el que está detrás de un mostrador o un buró, parece que casi nunca entiende que la mayoría de los que esperan tienen otras obligaciones, incluso regresar a su centro de trabajo porque deben darse una escapadita en el horario laboral, que coincide con el de los trámites o diligencias que tengan que hacer.

Cuando esas cuentas no están claras, la demora es factor común para los que atienden, y aplicando la ley de acción y reacción, la gente suele alterarse, y la desesperación nunca es buena compañera.

Pero, también, uno puede tener espacio para confraternizar, quizá hasta hacer una nueva amistad, reencontrarse con alguien que hace mucho tiempo no ve, reírse con las ocurrencias de otros, que algún desconocido venga y te cuente parte de su vida, todos, alicientes para olvidar las horas que pasan y pasan…

Pues las colas son, como enunciaba antes, esa expresión concentrada de lo que es el cubano de hoy; mas, cuando son una necesidad irremediable e inevitable, en ellas debe primar el orden, el respeto a los demás, porque eso también siempre ha caracterizado a quienes vivimos en esta Isla y es algo que no podemos darnos el lujo de perder.