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Ha pasado hora y media, ese es el resultado que el reloj le devuelve a Carla tras su cálculo, inquieta en la cola que al parecer no avanza. El tiempo lo ha invertido para obtener su boleto de viaje con destino a casa, aunque del todo no cree que la espera sea una inversión, víctima de tanto en ese rato, cree que al parecer le roban los minutos, las horas, su tiempo.

Disímiles asuntos implican que usted se vea en la necesidad de hacer colas, un fenómeno cotidiano casi para la mayoría, que incluso significa recibir la jornada con esa matutina espera para obtener, literalmente, el pan nuestro de cada día. Solo que el asunto se complica cuando los objetivos pesan con su significado y parece casi un castigo tener que ir a ese lugar donde haces una de las preguntas más clásicas de la sociedad cubana: ¿quién es el último? Entonces aterrizan en la mente diversas preguntas, se dinamitan los conflictos al calor de las inquietudes.

Para muchos, pensar en que te roban el tiempo viene asociado a que algunas entidades al parecer no comprenden la necesidad de habilitar mayor personal para la prestación de un servicio de alta demanda -donde deben atender cuatro personas no se entiende que lo hagan dos-, o que los servicios se prestan en horario limitado, aunque cada día queden en la fila decenas o cientos de personas, sobre todo la familia trabajadora.

El fenómeno también se trata de un problema multifactorial que tiene que ver con la eficiencia de quienes están designados a cumplir las funciones correspondidas, pero que en varios casos quedan seducidos por diversas distracciones relacionadas con teléfonos, pláticas inoportunas, y todo un conjunto de cuestiones que le arrebatan la calma a quienes esperan por un servicio.

Entonces me pregunto si se ha calculado lo que el país pierde a diario en materia de ingresos económicos cuando estos episodios se reproducen en diversos puntos del archipiélago.

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En una de esas colas alguien para aliviarte te dice que la paciencia es la madre de la ciencia, pero esa filosofía no la comprende quien solo dispone de su tiempo de almuerzo en el centro laboral para hacer la gestión que lo conduce a la desafiante espera. Ahí el cubano se encuentra entonces en una paradoja ¿o trabajo para ganarme la vida o resuelvo un problema que me resta calidad en dicha vida?

Al menos en materia de horarios usted puede hallar contrastes, por solo citar un ejemplo, mientras en Guantánamo la Agencia de Reservaciones de Ómnibus Nacionales labora solo hasta las tres de la tarde, en Santiago de Cuba uno de los puntos de igual servicio, brinda atención hasta las once de la noche. Denota esto que cuando se quiere ganar en eficiencia, a favor del pueblo, se puede, pero sin el accionar de quienes deben hacerlo poco se consigue, pues voluntad gubernamental también es importante.

El panorama de las colas se vuelve más complejo cuando muchos de los lugares en los cuales se invierte ese tiempo de espera, ni siquiera cuentan con las condiciones más idóneas para tales aglomeraciones. No pocos escenarios en Cuba son generadores de conflicto cuando apenas tienen la necesaria cantidad de asientos para las personas, o si el sol vuelve víctima a quienes quedan sin resguardo de un techo. Peor aún es la situación cuando la multitud sin más remedio se agrupa en zonas de la calle que comprometen el tránsito vehicular.

Mucho hay que decir también de la parte que le corresponde al pueblo a la hora de ganar en cultura y disciplina en este tipo de espera, pues no pocos contrariedades suscitan aquellas personas que no respetan el orden, o quienes sin conciencia de las implicaciones abandonan el lugar sin dar último y generan diversos problemas.

En ese sentido la automatización de algunos servicios ya da en el país algunos resultados que aunque insuficientes, por ejemplo en los trámites bancarios, muestran la comodidad de las prestaciones y el control de la cola que al interior de la instalación se ve favorecido por el uso de las nuevas tecnologías. Mayores avances podrían obtenerse si se explotaran un poco más estos recursos en aminorar las dilatadas esperas.

Lo cierto es que el tiempo, ese que dicen que cuando se pierde hasta los muertos lo lloran, representa algo valioso en nuestras vidas, a veces con mayor o menos placer se va en las colas, las mismas que nos ponen todavía a pensar, despiertan acaloradas discusiones y aún resultan casi un ritual en nuestros quehaceres.