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manos blancas negras

Aquella noche ella no pensó en colores. Y cuando la mano negra apretó su cintura y los grandes labios absorbieron los suyos con toda la fuerza de la raza, ella olvidó para siempre los colores. Pero a la salida del sol, los gatos dejan de ser pardos, y la familia de Sandra volvió a ser blanca, de ojos verdes y amantes de la claridad.

Es el siglo XXI, a 150 años desde que Carlos Manuel de Céspedes llamó a los esclavos ciudadanos y como hermanos lucharon para que Cuba fuese un país de blancos, negros, mulatos, en fin: hombres y mujeres libres, sin importar los colores.

Pero los prejuicios no se rompen con decretos, y desafortunadamente aún persisten las historias de discriminación.

Sandra no es un pretexto para llamar la atención sobre este problema: es una joven real, de ojos hermosos, cabello largo y tez blanca, que ha padecido por más de cinco años el rechazo y la distancia de su familia porque “las niñas blancas no se juntan con niños negros”, y a ella le gustan los morenos,  no le gustan los blanquitos.

Son miles las personas que presumen de tener “muchos amigos de color”, como si ellas fuesen transparentes, pero en cuanto sus hijos intentan mezclar las razas, se atrincheran y evitan por todos los medios posibles esas alianzas.

¡No puedes atrasar la raza!, constituye una de las expresiones que más escuchan los adolescentes, quienes pueden sentir cierta presión al comenzar su búsqueda de pareja o sus primeras aventuras. Y en otros casos desarrollan esa retrógrada mentalidad causante de piropos tan racistas como: ¡Qué clase blanca se echó a perder ahí!

¿Acaso es tan difícil aceptar a los demás sin que medie el color de la piel? Y hablo solo de la piel, porque si me pongo creativa e incluyo, creencias, peinados, modos de vestir y la larga lista de características que forman el ser humano, pues no terminaría hoy.

Escoger pareja resulta una decisión personal, y la familia tiene la honrosa misión de guiarnos pero también aceptarnos, tolerar nuestras decisiones aunque estén en contra de sus creencias.

Ya lo decía el investigador Don Fernando Ortiz: Cuba es un gran ajiaco, en el que se disolvieron las razas puras y con el aporte de africanos, españoles, árabes y muchos otros se forjó la nacionalidad que tanto defendemos y nos llena de orgullo al decir, sin aclarar blanco o negro, ¡SOY CUBANO!