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Frescas todavía las coronas que las manos colocaron en el Mausoleo del Mambisado Guantanamero, en las antiguas tierras de la finca La Confianza, donde el 24 de febrero de 1895 valientes de la zona al mando de Pedro A. Pérez se levantaron en armas y redactaron la única acta de alzamiento del inicio de la Guerra Necesaria...

 

La ceremonia fue tempranera y breve. Uno pensaría que semejante acto de patriotismo, de resignación y osadía merecería más sudor y espera, dejarle al entusiasmo el tiempo justo para convertirse en emoción ante la grandeza sin duda de aquellos elevados, pero son tiempos de apuros y hasta los homenajes más sinceros se asoman con cara nueva a la modernidad.

 

Los rostros que regresan son, empero, un poco más agradecidos. Eso tiene la historia cuando nos toca, nos aruña, nos abraza. Por eso, no hay cubano que se salve de Martí una vez que ha visitado su tumba de mármol y luz, o leído sus versos, sus discursos, sus obras grandes de periodismo que no envejece.

 

Por eso mismo, no es una opción dejar de reeditar cada vez el acto tranquilo del 24 de Febrero. La caminata, el sol, los detalles, los nombres en la piedra que a veces yacen camuflados por la hierba o la sombra.

 

Ante el hallazgo de la vida que hoy se reparte bajo nuestros pies, ante la intensidad de todas las disquisiciones que pueden morar en un hombre cuando tiene ante sí el sacrificio de su igual, se tensa el alma y es posible sentir la Patria como algo tangible.

 

El patriotismo se siente, pero es una palabra extraña. Hermosa, pero extraña. Dice la Real Academia de la Lengua Española que significa amor a la Patria, sentimiento y conducta propios del patriota.

 

Pero la Patria es también un concepto que se nos escapa de entre las manos, que la modernidad ha venido a trastocarnos de maneras disímiles y extrañas, como si en los tiempos del ciudadano del mundo no tuviera cabida, fuera un rezago, un fardo demasiado pesado para la liviandad de esta época.

 

Y es posible confundirse. Creer que se le puede amar sin servirle. Amarla sin sufrirla, sin padecerla. O que es sinónimo del gentilicio que es pura circunstancia, casualidad, obra de azares demasiado confusos como para que tengan alguna importancia. Cubano, entonces, no es igual a patriota.

 

Es complejo eso deser patriota de lejos. Martí lo fue. Pero Martí vivió el destierro. Caminando por las calles de España, en los gabinetes de la América, en la Gran Exposición de París, nunca se fue realmente de Cuba. La llevaba en el cuerpo, en los pies, en las manos, en el alma. Ella, a veces, lo cargaba a él.

 

Hay quien cree, no obstante, que es posible decirle adiós y regresar solo en pensamientos, en el anhelo por el arroz con frijoles, los platos del abuelo, en la música, insistir en el ser cubano que nos hemos construido en el imaginario colectivo, a fuerza de repetir que somos una raza fuerte, de marismas, capaces de entenderlo todo, de sobrevivirlo todo.

 

Pero tampoco es patriotismo solo quedarse, la permanencia por falta de opciones, ganas, imaginación o medios: Siendo sustantivo, tiene estirpe de verbo. Hay que hacer, para ser un patriota. Hay que sentir por hacer, y hacer con sentir para que calzarnos la palabra.

 

Por eso, hay que regresar a la historia para entender el significado real del patriotismo. Regresar al 24 de Febrero, a los años de lucha, de manigua. A las comodidades que se perdieron por la fe en algo mejor para la Patria, ese concepto que es mucho más que el aire, y la tierra, y los espacios que reconocemos.

 

Amor al hombre que está y que estará. Amor que es dar, que es brindar, que es ventura repartida, que es trascendencia del bien. El patriotismo es entrega entonces, y desenfreno. Es una opción de vida, una casilla de sacrificios que no puede desmarcarse a conveniencia.

 

Tampoco es que no pueda respirarse sin él. Se puede y se respira. Se vive, se vocifera incluso el patriotismo, la máscara del patriotismo, la pose externa, tan fácilmente construida del amor a lo nuestro.

 

Pero nada es comparable a sentirlo. Quien lo imita, se pierde el deleite del amante sincero, del sentir, aunque sea por un día, que merece el sol, y la tierra, y los olores, y la sangre de antes, y los desvelos de esos hombres y mujeres que lo vivieron a su vez, en sus tiempos, que hoy son historia.

 

Tampoco es un deber en sí mismo. No se sobreentiende, ni es posible exigirlo en justa causa. El patriotismo es, en todo caso, privilegio.