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Casi podía jurar que era algo vivo lo que no me dejaba dormir aquella noche, pero la almohada sin sueño prometía, a pesar de todo, mucho más que el viento gélido puertas afuera, en busca de quién sabe qué, gimiendo en medio de la noche.

Al amanecer, todavía estaban allí. Eran cachorros. Satos. Seis en total, mojados por el agua turbia de una zanja sin canción. Vivos todavía, a pesar del frío, del hambre. Como si la naturaleza toda, la fuerza que nos ha mantenido por más de dos mil años sobre la Tierra se concentrara en aquella media docena de cuerpos temblorosos.

Vecinos con buena voluntad, unos trapos viejos, un poco de leche sobrante aquí y allá, una caja de zapatos donde se acurrucaron como si fueran un solo cuerpo y un letrero donde se podía leer “Llévame contigo. Yo puedo ser tu amigo”, hicieron el milagro y el final feliz: al término del segundo día, habían sido adoptados.

Pero no todos tienen la misma suerte. De acuerdo con un estimado internacional basado en la población humana, se calcula que en Guantánamo existan más de 15 mil 400 perros callejeros, de una “comunidad” canina superior a los 51 mil ejemplares.

Los de la calle, por lo general, pertenecen a esa raza indefinida que llamamos sato, y se mantienen gracias a las sobras de restaurantes, centros de trabajo o incluso grupos de vecinos que, no obstante, rehúyen responsabilizarse totalmente de ellos, por lo que los animales pasan la noche en cualquier rincón que les provea de calor.                                                         

  A algunos les brilla la estrella y son adoptados. Las historias de esos “recogidos” son casi siempre extraordinarias. Tengo muchas guardadas en mis baúles, satos que hacen felices las vidas de mucha gente, como si, a conciencia, retribuyeran en cariño y lealtad aquel acto primero de darles un hogar.    

El resto va a la calle. Se les acusa de muchas cosas. Afean el entorno con su suciedad y sus costillas, y así es. Propagan enfermedades, y es cierto: un perro puede transmitir leptopirosis, rabia, escabiosis, entre otras. También han agredido a personas, aunque de las más de 200 mordidas reportadas este año, solo un mínimo se atribuye a los sin hogar.

El secreto está en el cerebro de estos mamíferos. Según estudios científicos los perros tienen solo 160 millones de neuronas (los gatos, por ejemplo, tienen 300 millones) y la capacidad de un niño de seis meses a dos años. Son capaces de seguir palabras y gestos humanos, como un dedo que apunta o una cabeza que afirma o niega la comida, pero nada más.

De modo que es a los seres humanos, con sus 100 mil millones de neuronas y su privilegiada historia evolutiva, a quienes corresponde el cuidado de estos animales que hicimos dependientes de la humanidad cuando domesticamos al lobo.

En Cuba, por ejemplo, ahora mismo no hay una Ley para la protección animal a pesar de que se reclama hace años y, bajo ese desamparo, el trato hacia los perros callejeros es particularmente inhumano.

Guantánamo no es la excepción. Según Rafaela Ruiz Sánchez, coordinadora del programa de Zoonosis de la Dirección provincial de Higiene y Epidemiología, son dos las soluciones previstas para el control de la población canina: la esterilización, que compete al Instituto de Medicina Veterinaria, y el saneamiento por sacrificio, que realiza Higiene.

La primera es preferida a sociedades más avanzadas en este particular por su capacidad de reducir hasta un 80 por ciento la natalidad, pero para Guantánamo no es una opción viable pues, desde hace dos años, la clínica veterinaria no recibe la anestesia y el hilo de sutura necesarios para el procedimiento.

Ante el descontrol de los nacimientos, el saneamiento y dentro de este, el envenenamiento, es la opción generalizada para la disminución de la población de perros callejeros en la provincia, ello significaría diezmar la especie en más de 15 mil perros este año.

Una alternativa sería la captura, un procedimiento que implica recogerlos de las calles hacia un jaulón donde son alimentados y tratados durante unos días en tanto alguien los reclama o adopta, pero, por lo general debido a la inexistencia de refugios, también termina en muerte.

Para el “encarcelamiento”, opción acaso más humana, se requiere acero, cemento y algunos elementos de cubierta que, desde hace algunos años, son solicitados infructuosamente a las autoridades locales.

De modo que la solución para los callejeros de Guantánamo será de nuevo la estricnina. Por desgracia o por suerte, dependiendo de quien lo mire, las dificultades para adquirir este veneno, cada año  obligan a la dirección de Higiene y Epidemiología a conformarse con muchos menos.

Empero, no es para alegrarse. Podemos criticar a los encargados del saneamiento, pero en la práctica es vital el trabajo de Salud Pública para eliminar de las calles animales que, sin cuidado, son una fuente potencial de enfermedades.

De todos modos sería más conveniente prevenir las superpoblaciones caninas a través de la esterilización de las hembras  que eliminar el problema cuando este, literalmente, ya camina.

Sería, por añadidura, hasta menos costoso: un estudio de la Sociedad Cubana Protectora de los Animales y las Plantas, Aniplant, reveló que para esterilizar 5 mil perros eran necesarios unos mil 500 CUC, en tanto su captura y muerte requiere, tan solo en transportación, más de 10 mil litros de combustible.

Son cifras para pensar aunque, a mi juicio, más debería importarnos el trato que damos a esos animales para merecer, más allá de los atributos biológicos, la condición de Seres Humanos.