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El pasado primero de septiembre, luego del acto de inicio del curso escolar, como hicieron casi todos los padres en las escuelas de sus hijos, fui hasta el aula de mi niña menor, quien cursa el tercer grado. Allí la maestra, con solo un año de experiencia, después de dar la bienvenida a los alumnos y padres presentó a la auxiliar pedagógica y a otra profesora que no sobrepasaba los 19 años de edad; nos habló, además, de algunos aspectos organizativos del proceso docente-educativo y de la base material de estudio, entre otros.

¿Alguna duda?, inquirió la educadora a los adultos presentes después de su intervención.

Una madre con evidente incertidumbre llamó la atención acerca de lo joven que eran las dos maestras del aula y la responsabilidad que tenían de enseñar a una treintena de niños.

Las palabras de la progenitora avivaron aún más las miradas inquisidoras de varios padres que desde el momento del acto mostraban poca confianza en la capacidad de las noveles maestras, y no faltó un segundo comentario cuestionador de la valía de aquellas jóvenes que se enfrentarían al difícil arte de educar.

Por suerte, muchos de los presentes trasmitimos confianza y deseos de ayudar a las dos “seños”.

Es entendible que los adultos prefieran a educadores de vasta experiencia, tal vez una Carmela como la del filme Conducta, al frente del proceso docente- educativo de sus menores, eso inspira seguridad, pues la experiencia demuestra que con los “veteranos” los niños adquieren con mayor facilidad, rapidez y precisión los conocimientos necesarios, además de ganar más en buenos hábitos y comportamiento.

Pero no se debe temer por el hecho de que quien instruya y eduque a nuestros descendientes sea una persona joven sin bagaje suficiente en el magisterio. Los que se inician en tan responsable labor reciben un plan de estudio diseñado para prepararlos a enfrentarse a los retos y desafíos del actual sistema educacional. Cuentan con tutores que los acompañan y conducen en el difícil proceso de enseñanza-aprendizaje, continúan con programas de superación hasta lograr las diferentes categorías docentes que puedan alcanzar y quedar completamente formados.

Pueden existir educadores bisoños sin ejemplaridad ante sus pupilos, pero no creo que sea la generalidad en la oleada de noveles pedagogos.

Muchos profesionales, obreros, trabajadores en sentido general, al iniciar la vida laboral lo hicimos bastante jóvenes y para dominar a plenitud la especialidad u oficio, debimos dedicar tiempo a la autosuperación y a la práctica diaria, sin que tropiezos e inexperiencias menguara la confianza de quienes nos rodeaban, por el contrario, encontramos apoyo y comprensión. Se gana experiencia haciendo.

No podemos entronizar el cartelito lapidario de que la juventud está perdida, porque la historia de la Patria, muestra que fueron jóvenes, en su mayoría quienes impulsaron las grandes realizaciones.

En la Campaña de Alfabetización (1961), por ejemplo, gran parte de los protagonistas fueron adolescentes, casi niños, que con cursillos de muy corta duración enfrentaron la tarea de dar la luz de la enseñanza a este pueblo.

Entonces solo contaban como documentos de preparación con una cartilla (Venceremos), un manual (Alfabeticemos) y un libro de aritmética y el inseparable farol para las noches.

El éxito de la campaña no fue un milagro, sino una conquista a fuerza de trabajo, organización y, sobre todo, de ayuda y confianza del pueblo.

Más que preocupación porque a nuestros hijos los eduquen maestros recién graduados, debemos confiar en las potencialidades y capacidad de esa generación de educadores, darle nuestro apoyo incondicional. Y si a alguien le quedara alguna duda de lo que pueden lograr esos bisoños maestros, entonces los convido a que, como yo, voten al menos por el beneficio de la duda.