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Había que decirlo por lo bajo. Sierra Canasta, o más bien el Pozo 7, el elegido para iniciar una línea de agua mineral natural embotellada, se había contaminado con un periodo de intensas lluvias a solo unos meses de la puesta en marcha de la fábrica, de la EUB Refrescos y Hielo de Guantánamo.

Casi un año fue necesario para corregir el tiro. Se soterraron los 800 metros de tubería que trasegaban el agua desde el yacimiento hasta la fábrica y se trabajó sellando -no siempre de la mejor manera- varios pozos artesanales aledaños que ponían en peligro la calidad de esa reserva del manto acuífero.

También se encamisó la vieja tubería de hierro -el siete antes ya abastecía al campamento de pioneros Daniel Llossas y a varias viviendas, además de servir de llenadero hasta la nueva inversión- con una similar de polietileno de alta densidad, un material duradero que, en su momento, no tuvo demasiadas objeciones.

Y así, luego de los controles sanitarios de rigor y de un régimen especial de vigilancia por especialistas de Higiene y Epidemiología, la flamante Embotelladora de Agua Mineral Natural Sierra Canasta volvía a producir a un ritmo diario de 700 cajas de 12 botellas cada una.

El reinicio recibió, de nuevo, todos los honores y todos los augurios: la tercera embotelladora de agua mineral natural ya estaba de nuevo en posición de reinar en el mercado oriental en moneda convertible y, si todo seguía como en los primeros días, expandirse como un producto exportable para varios países del Caribe.

Pero la buena nueva duró poco. Ni dos meses después, a esta reportera le sorprendió la puerta cerrada de la fábrica un jueves a las 10 de la mañana, y solo dos semanas después, llegaba la confirmación terrible.

Sierra Canasta ya no sería una embotelladora de agua mineral natural, sino una de agua mineral tratada…, algo que no es un desastre en sí mismo pues investigaciones actuales revelan que en países como México -el mayor consumidor de este producto en el mundo- al menos el 40 por ciento de la que se comercializa es purificada o alterada en su contenido mineral.

El problema es la inversión sobre la inversión sobre la inversión. El problema es lo difícil que resulta creer que ninguno de los expertos de antes y de después haya sido capaz de prever que, en realidad, no era factible usar una fuente acuífera a la que era imposible imponerle toda la protección sanitaria requerida.

El problema es también que a los 260 mil euros del equipamiento y los miles de pesos cubanos que fueron desembolsados por el Gobierno para la obra civil y los trabajos para asegurar el yacimiento, tendrá que sumarse para el nuevo empeño la compra de una planta de tratamiento y una tubería de acero inoxidable para sustituir a la novísima de polietileno que hoy encamisa el pozo.

Mientras tanto, el tiempo de paralización obligará a los trabajadores a buscar otro puesto para sustentar a sus familias y la fábrica perderá, de nuevo, a su patrimonio humano -tan importante como cualquier otro-; entretanto se resiente su posición en un mercado que ya la conoce por no cumplir sus compromisos.

Económicamente, volverá a postergarse la recuperación de lo invertido -una cifra que se han ocupado en engordar tantos desaciertos- a lo que se suma que su imagen corporativa tendrá que ser modificada incluyendo, asumo, su precio -vender un producto de calidad inferior a un precio igual se considera una estafa en cualquier parte del mundo.

Pero lo peor es que no podíamos -con nuestro ínfimo capital industrial, con nuestro presupuesto en déficit…-, darnos el lujo de perder.