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annalietPara muchas, la solución es el silencio. El miedo al qué dirán es más fuerte que el dolor en las heridas físicas. Lo que algunas ven imposible de soportar, para otras tantas es algo común, que como dicen en la calle, “pasa hasta en las mejores familias”.

Y así lo aguantan la primera vez porque “fue una bobería”, y la segunda porque “no se va a volver a repetir”, y llega la tercera, la cuarta… muchas más, y no hacen nada más que aguantar calladas, pues “es peor separar a la familia” o no quieren sufrir las críticas de la sociedad por divorciarse por un motivo “tan tonto” o simplemente porque se creen demasiado enamoradas.

La cuestión es que, según especialistas en el tema, a nivel planetario y Guantánamo no escapa al problema, sobrevive la tendencia entre las mujeres de no denunciar los actos de violencia física, sexual o psicológica de los que son víctimas.

Y lo peor es que esas conductas agresivas, alertan las licenciadas Odalis Galano Montes de Oca y Yamilka Boisán Cascaret, asesoras jurídicas del Hospital General Doctor Agostinho Neto, han aumentado desde el 2010, cuando iniciaron un estudio comparativo del fenómeno en la provincia.

Explican que en ello influyen el alcoholismo, el bajo nivel cultural, la drogadicción, la falta de vivienda, la mala economía y los problemas de convivencia, entre otros factores, sin embargo, lo más preocupante, y que conlleva directamente al aumento de casos de este tipo, es el silencio de las víctimas.

“Me caí en el baño”, “fue un accidente en bicicleta”… son algunas de las excusas que, al ser abordadas, arguyen las víctimas que, por la gravedad de las lesiones, deciden acudir a las instituciones hospitalarias, pues la mayoría prefiere curarlas en casa.

Hay quienes cuentan la verdad en el hospital, pero argumentan luego que no hacen la denuncia por miedo a represalias por parte de su pareja o porque están adaptadas a ver comportamientos de este tipo desde pequeñas en el hogar, y ya lo tienen concebido como algo normal: “¿A quién no le han dado una bofetada alguna vez?”.

Algunas, incluso, piensan que es su culpa, un sentimiento que sus agresores se cuidan bien de cultivar, al igual que la baja autoestima y el sentimiento de dependencia.

Son, en general, concepciones erróneas sedimentadas por siglos de patriarcado y dependencia real, primero, y de representaciones sociales, después.

Por eso, romper el silencio ante el abuso es una necesidad personal y, si lo miramos bien, una responsabilidad social con las mujeres que comparten nuestra generación y con las que vienen después, que pueden ser nuestras hijas, nietas…

Romper el silencio implica la aceptación de que los comportamientos violentos no son innatos del ser humano, es una construcción social que así como nace y se forma, puede destruirse.

Y el entendimiento cabal, además, de que no estamos solas, de que si hablamos podemos recibir ayuda de las instituciones, encabezadas por las casas de orientación a la mujer y a la familia, de la Federación de Mujeres Cubanas, también de las leyes -que no obstante podrían ser más severas en estos casos- y de otras personas que tomaron las riendas de sus vidas mucho antes… y, por fin, liberarnos del abuso.