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sayu

A propósito del título que apertura este espacio, en su célebre novela de 1940, el escritor estadounidense y Premio Nobel de Literatura en 1954, Ernest Hemingway, resume la solidez de su historia con un idea del poeta inglés John Donne que versa: Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra…por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas...

Sin embargo, descontextualizar dicho pensamiento de su convulso escenario ibérico, y aterrizarlo forzadamente en nuestra ciudad entre ríos, se convierte en el pretexto que me impulsa contracorriente a preguntar, ¿y por quién doblan?

Por ti, respondería el literato; mas, sin embargo, hago extensiva la onda que no busca más fin que despejar las dudas que se ciñen desde semanas atrás en la sección Instantáneas del Venceremos, en busca de una respuesta a los desajustes que dejaron, sin uniforme, a varias filas de estudiantes formados en los patios escolares el pasado primero de septiembre.

De ahí, que el redoble de mis palabras sea, en parte, para acompañar los lamentos de los más de 500 estudiantes, principalmente niños de preescolar, y sus familiares, que el inicio del curso vistieron con las prendas que les “confeccionó” la irresponsabilidad de directivos municipales del sector, y que hoy (hasta el momento que escribía el punto final) algunos todavía llevaban.

El asunto, en general, se resume a un exceso de tallas grandes y el defecto de las medianas, tradicionalmente las más demandadas, en las tiendas donde se ubicaron los uniformes a pesar de que, con suficiente antelación, se realizó un levantamiento donde cada padre dejó por escrito las características de sus hijos.

Esa fue la causa fundamental de las réplicas de padres, sumada a la tibieza -en terminología militar- con que las entidades implicadas, dígase las direcciones territoriales del Ministerio de Educación (MINED) y de Comercio Interior (MINCIN) en el territorio, han buscado soluciones pues casi con septiembre encima fue que encontraron la alternativa de modificar sayas, pantalones y camisas en los talleres textiles del territorio.

No pude encontrar el dato, pero asumo que la pérdida económica para Educación, al tener que rehacer sobre lo ya hecho y subvencionado –se calcula que en el país se destinan unos 20 millones de pesos solo para este particular- debe ser enorme.

Lo peor es que, se suponía, este sería un curso en el que los uniformes no deberían haber dado problemas, por muchas razones.

Primero, la venta de esas prendas se realizó con tal anticipación que en las tiendas prácticamente se desaparecieron las larguísimas colas que eran “noticia” en años anteriores.

Como cambio favorable, en esta ocasión, los padres podrían comprar la talla que estimaran conveniente, no importa qué dijera el bono, no fuera hacer que el cambio de las vacaciones les jugara una mala pasada por un aumento o disminución del peso en sus hijos.

La anterior, para más detalles, era un planteamiento histórico de los padres a nivel nacional.

Además, se realizó un estudio de la demanda teniendo en cuenta su comportamiento en etapas anteriores y la cantidad de alumnos por enseñanzas, cifra entregada por educación, que debía enviar los datos a la industria textil –quizás olvidaron considerar que el problema de las tallas grandes, aunque más moderado, también afectó en otros años.

Pero, evidentemente, algo falló y el resultado de esa falta es evidente y penoso para un sector al que se destina una gran parte del producto interno bruto, y que no debería darse el lujo de fallar en asuntos solubles con un mínimo de previsión, sentido común y cuidado.

Es, por demás, un asunto serio que no deja de serlo, ni siquiera, por el hecho de que la venta del uniforme escolar se extienda hasta diciembre, porque el problema no es la falta de una prenda de recambio sino que muchos estudiantes, en estos momentos, no tienen nada.

La solución, mientras, llega poco a poco. Así lo hicieron saber en un programa televisivo varios dirigentes locales de Educación, quienes precisaron que lo que se arreglaba, en estos momentos, eran sobre todo camisas blancas de primaria y secundaria básica, algunas de los cuales ya se expenden en tres tiendas de la red minorista: La Violeta (Paseo entre Carlos Manuel y Luz Caballero), El Serrucho (esquina Oriente y Aguilera) y la ubicada en el Reparto Obrero.

Y sería realmente un final feliz si, en esta historia, valiera el dicho de Tarde pero seguro.