Imprimir

lilibet

En Cuba existe una frase que todo nacional entiende a la perfección, dicha ante un disparate, pérdida, daño o derroche que asumimos, como pueblo, de manera derrotista: “Rómpelo que Liborio paga”.

Dicen que Liborio nació casi con la República, entre la corrupción y la esperanza rota. No era un héroe. Tampoco un antihéroe. Era, sencillamente, la imagen de un pueblo sin esperanza, personificado en un guajiro con corte y moda de la época que se contentaba con lanzar indirectas.

Se dejó de publicar como tira cómica, finalmente, en la década de los 50 del siglo pasado. Con la Revolución, con la idea de una Revolución que buscaba el bien de todos con la participación de todos, parecía antagónico aquel guajiro de guayabera y patillas largas, creado por el caricaturista matancero Ricardo de la Torriente.

Pero en algún momento regresó Liborio, aunque solo sea en el imaginario y el habla popular, a criticar desde la pasividad lo que, no obstante, sabe identificar como mal hecho, como si estuviera eternamente condenado a pagar los platos rotos.

Y cómo paga…

Desde el uso indebido en los carros estatales, hasta la electricidad de la oficinista que no se preocupa por apagar el aire acondicionado o la cuenta de teléfono del trabajador que llama desde su centro laboral, porque esas, no importa cuán altas sean, las cubre…, ese mismo.

Paga también las chapucerías. No hace mucho pagó el piso del boulevar de Crombet entre Calixto García y Los Maceo, puesto una vez, levantado y vuelto a poner, y me imagino que sufragará también la rectificación del bache en la Avenida Camilo Cienfuegos, recién asfaltada.

Además, paga el maltrato a la propiedad social, la manía de escribir nuestros nombres en cualquier pared que tengamos delante -siempre que no sea la de nuestras casas, por supuesto-, lo mismo da la puerta de un baño público que las superficies interiores de un ómnibus.

liborioLiborio, de Ricardo de la Torriente

Paga el equipamiento que, en nuestros centros de trabajo, tratamos sin el más mínimo cuidado, las computadoras, los teclados, las puertas, el piso rayado de no levantar los asientos, de mover las cosas de sitio al como sea.

Liborio paga el televisor al que se le suelta un cablecito y nadie se preocupa por arreglar, porque es más fácil tirarlo a un lado y solicitar otro…, los atrasos en las obras de la construcción, el dinero y los bienes que se van por debajo del tapete sucio de la corrupción, los viajes hechos por gusto, los eventos que no aportan nada.

Paga, no porque sean males que existan, sino porque son males que no combate. El Liborio de hoy no puede ser la imagen de la apatía, del ciudadano que ve como algo normal el daño, el desvío, el derroche. No puede tener sangre de horchata a la hora de reaccionar.

Un Liborio de brazos cruzados, de inmovilismo, un tipo que prefiere pagar platos que no le corresponden, si viviera conmigo, ya lo vería buscándose otra casa, porque lo que soy yo, le daba de baja en la libreta.

Porque en estos tiempos de construcción, de esfuerzo colectivo, estos tiempos en los que nos jugamos el futuro, el nuestro y el de las generaciones del mañana, ese Liborio tradicional, simplemente, no cabe.