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omnibus urbano

Como asidua pasajera del transporte público soy testigo, en todos los horarios del día y cualquier ruta de la ciudad, de indisciplinas sociales y actos de violencia cada vez más reiterados dentro y hacia los ómnibus urbanos.

 

Este tema es conversación frecuente en espacios públicos, y suscita preocupación en la ciudadanía. Con el paso del tiempo crecen las agresiones verbales entre pasajeros que, lejos de aportar algo, empeoran la difícil situación que vive el transporte en la provincia, adicionándole un clima de tirantez y violencia.

 

De igual modo el irrespeto a los choferes, y de estos a los pasajeros, se ha vuelto cada vez más común. Cada cual muestra razones bien argumentadas, pero hablar más alto no otorga a nadie la razón, más bien denota incivilización y mala educación formal.

 

¿Acaso buena forma y comprensión no son las mejores maneras para las personas solicitar una parada, un favor, o una pregunta? ¿No son el trato afable, la educación y el respeto modos de dar respuestas, solicitar a la población que se corra y brindar información?

 

A los cristales de puertas rotos por la presión que ejercen quienes se recuestan –como consecuencia del inevitable exceso de pasajeros- se suma el robo de los tornillos de acero que sostienen el espaldar y fondo, así como la rotura de los asientos, sobrecargados por el peso de más de una persona. Pero no todo queda ahí, en el transporte suburbano existe quienes sustraen de las guaguas Daewoo el asiento completo.

 

Para que se entienda, Alcides Parra Hermosilla, jefe de Departamento de Tráfico de la Unidad Empresarial de Base al Transporte Urbano, ilustró a Venceremos que en estos momentos existe un ómnibus nuevo Diana parado porque un ciudadano partió de una pedrada el cristal del parabrisas. ¿“Razón”? no podía subir a la guagua porque estaba demasiado llena. “Su reposición –explica- lleva inversión en moneda libremente convertible (cuc) y una solicitud a la empresa que los fabricó.

 

Por otra parte persiste la indisciplina de algunos que introducen chapillas u otros objetos en la alcancía y los que portan billetes de 10, 20 y 50 pesos para “no” pagar.

 

El costo establecido para el transporte dentro de la ciudad es de 20 centavos, y corresponde a los pasajeros cambiar su dinero de antemano.

 

Minuciosa atención merece la parada del Complejo Vocacional Antonio Maceo, donde estudiantes indisciplinados de ese centro y la EIDE Rafael Freyre lejos de contribuir al cuidado, se suman a las irreverencias.

 

 

“Los duros tiempos” no son justificación alguna para destruir los medios de transporte que hoy, cada uno de nosotros está en el deber de cuidar y proteger.

 

La cooperación es clave para sobreponerse a limitantes como la estrechez de los pasillos, la poca capacidad de los ómnibus o el agobiante calor. Todos estamos necesitados de llegar a nuestro destino y para ello, nada mejor que un entorno de entendimiento y respeto.