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lenguaje usoFotos: Ilustración de Yaimel

Cuando culminé el primer grado descubrí la magia de las letras. Los maestros comenzaron a insistir en la importancia de la ortografía y en la necesaria lectura de La Edad de Oro. Años después, conocí El Quijote de Cervantes, los poemas de Neruda y lo real maravilloso de Carpentier, y aunque a mis manos también llegaron las rarezas de Poe y las tragedias de Shakespeare, siempre sentí orgullo de ser heredera de la lengua española.

Entendí que cada variante de un idioma tiene sus propias características, según el origen de los hablantes. Para el chileno, incontables situaciones hallan solución con el clásico «¿cachai?», similar a un «¿entiendes?» y tanto el boricua como el dominicano designan cualquier evento, circunstancia o problema, como «la vaina», que tal vez encuentra su sinónimo en la modalidad cubana al exclamar la recurrente frase: «“la cosa” está en candela».

El mexicano, al decir «la neta», insistirá en la veracidad de lo que cuenta, quizás en alusión al significado primario de la palabra, el cual remite al peso o valor real de una mercancía tras descontar el volumen del envase o los gastos de producción; a la par que el argentino cambia el «tú» por el «vos» y en su discurso con frecuencia hay espacio para un «che».

Y así la lista de modismos resulta interminable, los que unidos al acento que permite diferenciar al puertorriqueño del venezolano, devienen frutos del ingenio de cada comunidad hispanohablante que plasma mediante la lengua sus valores idiosincráticos.

Pero, aun con el estilo informal que moldea la oralidad, los aportes del cubano al español van un poco más lejos; y es que los naturales del oriente del país, para muchos perdieron el gentilicio original, abrazaron la cultura árabe y se convirtieron peyorativamente en «palestinos».

En la jerga popular tampoco es raro escuchar otras invenciones para nombrar despectivamente a los homosexuales, lo cual lacera el correcto uso de la palabra e infringe principios universales como, el respeto a la diversidad y la libertad de elección de los seres humanos. ¿Dónde queda entonces la máxima martiana de que todos somos hijos de una tierra que profesa el culto a la dignidad plena del hombre?

Si bien es indiscutible la tendencia mutable del español, —porque con el paso de los años se incorporan nuevos términos, mientras otros caen en desuso—, imaginemos por un instante que en nuestros documentos personales lejos de blanco, negro o mestizo, figuraran de forma prejuiciada: «chardo», «niche» o «jabao». A su vez, el nombre de los padres apareciera precedido por «la pura» y «el puro».

Sucede que las modificaciones en el léxico responden a un consenso en cuanto al ejercicio de la palabra, mas las vulgaridades, no hallarán lugar en el diccionario a fuerza de repetirse en boca de multitudes.

El refranero popular también es susceptible a posiciones cuestionables ¿Quién no ha escuchado e incluso repetido alguna vez las típicas fórmulas de que «los guapos no toman sopa» o «los hombres no lloran»? Son expresiones que reflejan la experiencia de nuestros antecesores, quienes plasmaron las circunstancias de su tiempo, pero cuyo trasfondo tributa a concepciones machistas.

Sí requiere de toda nuestra atención y responsabilidad la forma de referirnos al resto, pues ello dice más de nosotros mismos que de quienes discriminamos. El idioma, además del instrumento de comunicación por excelencia, representa el patrimonio histórico legado a las nuevas generaciones que lo aceptan como un regalo natural y exclusivo, y a los que se les encomienda su salvaguarda.

La lengua no puede convertirse en el medio para ofender, excluir y levantar muros entre los hombres. El rechazo a todas las manifestaciones, que disfrazadas de «ingeniosos» vocablos exaltan las miserias humanas, es solo el primer el paso para cumplir con un principio inquebrantable: llamar a las cosas por su nombre.

Premio en género Comentario. Concurso Manolito Carbonell

Fuente: Revista Alma Mater