“No le gusta la carne. Se toma un poco de sopa o come algo de arroz, pero le encanta la leche, así que no tengo problemas para alimentarla”, me dice tranquilamente Dalia, mientras sujeta el tercer biberón de leche que se bebe su hija Diana en la mañana.
La observo sorprendida por la tranquilidad con que habla, al parecer, sin percatarse del peligro que corre su bebita de un año y medio: puede padecer anemia.
Dalia no es la única madre que vive a espaldas de esta peligrosa enfermedad, caracterizada por la disminución anormal del número o tamaño de los glóbulos rojos de la sangre, o del nivel de hemoglobina.
Yamilé Silva Silot, especialista en Medicina General Integral, explica que generalmente la anemia se asocia con la mala absorción o falta de hierro, pero no es la única forma de padecerla, puede ser provocada por factores hereditarios como la sicklemia, enfermedades renales, artritis reumatoide, tiroides, y en los niños es muy frecuente sufrirla por parasitismo intestinal (oxiuros, necatoriasis, áscaris lumbricoides, etc).
También se puede producir por falta de ácido fólico y vitaminas E, B6 y B12, factores hereditarios de las células sanguíneas que son necesarios para mantener la estabilidad de los glóbulos rojos; en ese sentido, una buena alimentación es clave para su prevención y tratamiento.
“La malnutrición por carencia de micronutrientes causa mayores estragos en los niños de edad prescolar y en las mujeres embarazadas, pero afecta a la población de todas las edades y provoca síntomas como fatiga, mareos, pérdida de apetito, dolor de cabeza, falta de aire y coloración amarilla de la piel”, profundiza Silva Silot.
Sin embargo, investigaciones demuestran que la mayor prevalencia de la anemia por carencia de hierro ocurre entre los seis y 24 meses de edad, lo que coincide con el crecimiento rápido del cerebro y con una explosión de habilidades cognitivas y motoras del niño.
“Una deficiencia leve o poco severa en la edad prescolar, aun cuando sea corregida, reduce en forma permanente la destreza manual de los niños, limita su capacidad de concentración y debilita su capacidad de memoria”, manifiesta la doctora.
Aunque la situación pueda tornarse en extremo peligrosa, existen tratamientos para combatirla, en dependencia de las causas de origen de la enfermedad, sin embargo, hay una solución más simple: prevenir; todo está en mantener una dieta balanceada e ingerir productos que le aporten al organismo los nutrientes necesarios. Espinaca, carnes rojas, huevo, tomate y maní, son solo algunos ejemplos de comestibles que aportan hierro.
“El consumo del suplemento dietético Forferr, a partir de los seis meses de edad, también es indispensable para evitar contraer la enfermedad por déficit de hierro. Debe tomarse sin leche y alejado de las comidas, es gratuito y se encuentra disponible en todos los consultorios médicos de familia; también se aconsejan análisis de hemoglobina a los bebés para hacer un diagnóstico precoz de la enfermedad”, concluye Silva Silot.
Tristemente el tiempo, el descuido y los malos hábitos alimentarios hicieron lo suyo: la pequeña Diana tiene anemia.
Hoy, su madre quisiera revertir la situación lo más pronto posible, para ver a su hija sana, pero es más difícil, porque no se crearon las bases para que la niña aprendiera a ingerir variedad de nutrientes. Los medicamentos la pueden curar hoy, pero si no cambian los hábitos, volverá a enfermar mañana.
Como Dalia, muchos padres fracasan en la educación alimentaria de sus hijos, sin saber las graves consecuencias que puede acarrear. Una dieta nutritiva no significa comer grandes cantidades de lo mismo, sino variar lo que se ingiere, para aportar al organismo las proteínas y minerales que requiere, y evitar llegar a extremos como contraer anemia, porque como dice el dicho popular: “Es mejor precaver que tener que lamentar”.