En la sala de su casa, Manolo muestra algunos de los premios conquistados por sus poesías, otra vía para defender a la Revolución.
Al encuentro con Manuel Acosta Garbey acudí por su sobresaliente trayectoria y activismo en la cuadra donde vive, ubicada en Cuartel entre Pintó y la Avenida Camilo Cienfuegos, en la ciudad de Guantánamo actitud merecedora del reconocimiento público a propósito del aniversario 58 de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), este 28 de septiembre.
A pesar de sus 84 años de edad y las limitaciones provocadas por enfermedades, participa en tareas de la organización, fundada por idea del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz para mantener la vigilancia y combatir acciones enemigas en los barrios, en la que coopera en todo lo que se puede con vecinos y trabajadores de la escuela primaria enclavada frente a su vivienda.
Pero la hoja de servicio de Manolo, como cariñosamente le llamaban, va mucho más allá de su quehacer cederista, destaca por su rico prontuario como combatiente de la lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista, lacayo del gobierno de los Estados Unidos.
En el libro La lucha clandestina en Guantánamo (1952-1958), sus autores Luis Figueras Pérez y Marisel Salles Fonseca apuntan como hecho significativo en la cadena de sabotajes y atentados llevados a cabo para derrocar el sangriento poderío, el petardo colocado en el cine Luisa (Guaso), muy concurrido por soldados de la jefatura del Escuadrón 16 de la Guardia Rural, y del Instituto de Segunda Enseñanza, convertido en campamento militar.
“En esta acción participan Manuel Acosta Garbey, Ivo García y Manuel Costa López, hijo del propietario del cine”, refieren los escritores guantanameros.
“Con la ayuda de este último –cuenta Manuel- introdujimos el artefacto hasta al baño y al detonar los soldados huían aterrorizados en bandadas, ese era el objetivo. Nosotros corríamos a escondernos para evitar ser capturados porque de lo contrario te desaparecían, como hicieron con muchos”.
Con poco más de 20 años, el joven incursionó en otras acciones de sabotaje contra las fuerzas que reprimían al pueblo. Descarrilaban trenes en Baltoni y Ermita para impedir que la caña llegara a los ingenios, lanzaban cadenas al tendido eléctrico, publicaban carteles que repudiaban el breviario criminal de la tiranía...
“Al mismo tiempo recolectábamos armas, proyectiles, medicamentos y otros recursos que hacíamos llegar, ocultos dentro de paquetes de ropa, al Ejército Rebelde que operaba en las cercanías de la ciudad de Guantánamo, a finales de 1958”, asegura.
Explica que en esa etapa fue detenido y hecho prisionero en el Escuadrón 16, ubicado en la calle Cuartel entre Narciso López y Jesús del Sol, y salvó la vida gracias a un comandante de academia del Ejército de Batista, tío suyo, que sirvió de mediador para que lo soltaran. “Al terminar la guerra ese buen padrino fue profesor en la Universidad de La Habana”, acota.
A Manuel, natural de Sagua de Tánamo, Holguín, pero guantanamero desde hace más de 50 años, el triunfo de la Revolución lo sorprende en Caimanera. “Hasta allá fuimos, como refuerzo, formando parte de la columna guerrillera seis comandada por Efigenio Ameijeiras, pues ya el capitán Demetrio Montseny Villa había tomado esa localidad al frente de la Columna 20 Gustavo Fraga.
“En esa acción, contribuimos sobre todo a la organización de lo más perentorio y luego regresamos a Guantánamo, donde tomamos el Escuadrón 16.
“Después del 1 de enero de 1959, Villa propuso a quienes lo acompañaron trasladarse a La Habana, pero preferí quedarme y convertirme en comerciante como mi padre. Entonces por recomendación de aquel me designaron jefe de compra en los almacenes abastecedores de los campesinos, tarea que desempeñé hasta 1961.
Luego les fueron confiadas otras responsabilidades al frente de la Escuela del Partido, la Emisora CMKS, como delegado y director de Comunicaciones, Gastronomía, Conservación de la Vivienda… hasta que terminó su vida laboral en la Gráfica del Partido.
“Estando en el primero de esos centros despertó mi interés por la poesía. Escribí una sobre los aborígenes, sus modos de vida en comunidades, con principios similares a los que -según los clásicos del Marxismo-Leninismo- deben regir en la sociedad comunista”.
Desde entonces hasta la fecha Manolo ha escrito más de 200 poemas de corte romántico, político e histórico. Muchos de ellos premiados, como Tierra fértil del Caribe, dedicado a Guantánamo, que se alzó con el primer lugar en la categoría de Décima en la Tercera Edición del Concurso Nacional del Adulto Mayor, auspiciado por la Central de Trabajadores de Cuba (CTC).
“Me gusta escribir poesías, todas las mías transmiten buenos mensajes, tengo la intención de formar un poemario con las premiadas y otras recientes”.
Estar vivo: lo más importante
Para Manolo lo más importante es estar vivo y poder seguir batallando por la Revolución a pesar de las graves secuelas provocadas en su cuerpo por un tiro y dos martillazos en la cabeza en un atentado protagonizado por un grupo de desafectos, el 31 de marzo de 1967.
“Eran las 11:30 de la noche. Había salido de la CTC por una llamada del Partido para partir hacia Cecilia a las 5:00 de la mañana, al frente de un contingente porque elementos opuestos al sistema habían quemado varias caballerías de caña”, cuenta.
“Al llegar a la casa, mientras se calentaba el agua para bañarme, cogí una capa para protegerme de la lluvia e ir a recoger la mochila que le había prestado a un amigo en las cercanías del puente de San Justo.
“De regreso me atacaron. Me dispararon y golpearon pero no vi a nadie porque perdí el conocimiento; luego, caminé tres cuadras para llegar a mi hogar. Al entrar me recosté de la pared y cuando la madre de mis hijos se dio cuenta que sangraba, grito en busca de auxilio.
“Me llevaron al hospital en una de las ambulancias que llegaron a socorrerme. Me practicaron una traqueotomía y me remitieron a Santiago de Cuba, donde me atendieron, extrajeron una bala y de paso me operaron de amigdalitis.
“Pasados 18 días estaba de alta. Tras la pronta evolución médica, el prestigioso equipo de cirujanos que me atendió, entre ellos un soviético y un argentino, me llamó “el milagro perfecto”, pues el proyectil recorrió mi cabeza casi a la redonda sin partir ningún hueso hasta alojarse en un costado.
“Los daños fueron severos: falta de visión, problemas en la garganta, cuerdas vocales, maxilar inferior, nervios destrozados, adquirí una neurosis post traumatismo que a la vez me origina ansiedad, secuelas agudizadas con el tiempo.
“A los dos años del incidente fueron a devolverme el revólver, el mismo con que me dispararon, y me informaron sobre la captura de los asaltantes, los cuales se pusieron a disposición de los tribunales que, tras probar su culpabilidad, los procesó por varios delitos de robo, atentados, sabotajes…
“Por las investigaciones y las escrituras en el diario del jefe de la banda, se pudo probar que el hecho fue perpetrado por individuos que perseguían a militantes del Partido, excombatientes del Ejército Rebelde… para apoderarse, de cualquier manera, de las armas y alzarse en contra del comunismo que supuestamente se construía en Cuba.
“En el documento que portaba el cabecilla, francotirador que había sido miembro de la Columna 1 comandada por Fidel y que traicionó, constaban los pagos de cinco mil dólares por cada atentado consumado que recibían del gobierno norteamericano, a través de la base naval yanqui.
“Con el paso de los años sigo padeciendo las mismas dolencias pero con menos intensidad. Quizás por el modo de vida que he tenido que llevar y las atenciones de mi querida esposa, María Caridad Curbeira Pérez, quien me estimula a seguir luchando y dar cuanto está a nuestro alcance por la Revolución”.