Silvia Gutiérrez Córdoba asegura que si tuviera unos años menos se haría investigadora. Que ya lo fuera si se hubiera dejado “empujar” cuando era más joven y sus colegas del Centro de Desarrollo Integral para la Montaña (CDM), en Limonar de El Salvador, le insistían para que entrara a la universidad.
“Pero yo les decía que no; no porque mi hija estaba chiquita todavía, después no porque mi mamá estaba enferma, luego no por mi papá… Error mío”, admite.
Pero ha llegado lejos, y lo sabe. De auxiliar de limpieza, la plaza que la recibió en el CDM en marzo de 1994, a técnico superior para la ciencia, la tecnología y el medio ambiente y estudiante de tercer año de la carrera de Ingeniería Agrónoma, tres décadas después.
Un salto grande, desafiante, poco común. ¿Cuál es la clave del sueño, del empuje, de ver más allá, de creer que es posible?
Silvia, simplemente, señala al CDM. “Es un centro formador en todos los sentidos, que quiere que la persona avance, siempre te exige más, y te ayuda a lograrlo.
“Nací en el Oasis de Monterruz, la más pequeña de cinco hermanos en una familia muy humilde, en un lugar sin casi nada, si acaso una plantica que daba corriente de vez en cuando a una docena de campesinos…, pero llegué aquí, y casi enseguida comencé el técnico medio…
“Empecé a crecer, me gradué y me ofrecieron una plaza. En ese proceso, tuve a mi segunda hija, pero seguí trabajando, aprendiendo, cumpliendo con todo cuanto me pedían. Y aquí estoy. La primera de la familia en llegar a la universidad”, resume.
Y allí está, por lo pronto ocupada en tres proyectos: las zootoxinas, donde se ocupa del manejo y alimentación de los escorpiones; la liquenobiota del macizo Nipe-Sagua-Baracoa, que implica investigación de las áreas, coleccionar y preparar muestras de líquenes; y la adaptación basada en ecosistemas montañosos.
“La verdad es que los jefes de proyecto me buscan, porque saben que cumplo al pie de la letra con todo, y siempre aporto resultados… Fíjese que con tres meses operada de una radical de mama, me fui al campo como técnico en una investigación”.
Nota el asombro, y cuenta más. “Fue hace 12 años. Era un proyecto sobre biodiversidad que recién comenzaba cuando me reincorporé al trabajo, luego de la operación. Yo quería estar ahí y el jefe me dijo, ‘pero hay que ir para las áreas’, y así fue.
“Éramos cinco. Nos pasamos semanas viviendo en condiciones de campaña en Riito y Raizú, en Yateras, durmiendo en colchones sobre camas o en el piso, pero bajamos con buenos resultados para el inventario de la flora del macizo Nipe-Sagua-Baracoa”, rememora.
Entre alacranes…
La conocí entre alacranes, los llamados escorpiones azules de los que, desde hace décadas, se extrae el veneno que ya se usa en algunos productos, pero que allí se sigue investigando en busca de demostrar científicamente las propiedades antitumorales, analgésicas y antiinflamatorias que se le atribuyen.
Levanta un cartón en el medio de la pecera y, con una pinza, toma a un alacrán para que “pose” ante la cámara. Con total soltura. Todo cuanto vemos, la gravilla limpia, el envase con agua, la sombra para los animales, es parte de su obra.
¿Cómo se cuida a un alacrán?, pregunto. “Se alimentan dos veces a la semana, lo ideal es hacerlo con larvas de abeja, pero como se nos hace difícil colectamos grillos y cucarachitas de tierra (Pycnoscelu ssurinamensis), que criamos aquí mismo en el Centro”.
También, advierte, es imprescindible mantenerlos con agua y limpios, a salvo de hormigas “pues son sus depredadores y los matan muy rápido. Si alguna pecera se infecta, hay que sacar los alacranes, lavar la gravilla, desinfectar todo y luego volver a armarla”.
Participa, además, en las colectas de alacrán en las áreas de campo para extraer veneno. “De esos, fundamentalmente, es que obtenemos el veneno, que se ‘ordeña’ cada tres meses”, aunque también depende del estado del arácnido y su alimentación.
¿Casualidad o causalidad que, como sobreviviente del cáncer, trabaje en un proyecto que pudiera derivar en un producto anticancerígeno?, inquiero.
“Estoy en el proyecto porque me solicitaron, por mi desempeño y la confianza que me he ganado, pero déjeme decirle que le tengo mucha fe a esa toxina, pues me curó de una bronquiectasia en el pulmón derecho que me diagnosticaron hace un año y dos meses”.
¿Realizada, entonces?, vuelvo a la carga.
“Completamente realizada como persona, trabajadora, mujer, madre de dos hijas que hoy son maestra y Licenciada en Derecho. Y, sobre todo, feliz con mi trabajo, con poder vivir el sueño desde la ciencia”.