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guantanamo ciudad centroElla tomó el papel, y de su puño y letra trazó Guantánamo. Sus calles y sus límites. Los puntos cardinales. Los sonoros nombres. “Ya no te perderás”, me dijo Genoveva. Lo aderezó con sus recuerdos, su piano, su familia. Y lo entregó como quien deposita un talismán. Las manos que hacen emerger una ciudad, nunca envejecen.

“Guantánamo guarda maravillas puertas adentro”, me advirtió Jorge Núñez. Él sabía. Una poeta me abrió la suya, de vez en vez. La autora de En lo callado de la hoguera y En la ruta azarosa del velero. Amé nuestros encuentros y su filosofía y su gallarda ausencia. Nunca tuvo esa sed de titulares que practicaron otros. Su rima es el rescoldo: siempre encendido, siempre aguardando. Y la voz recia, clásica, sin dobleces de Mireya Piñeiro:

Desafiar el misterio, ese es mi orgullo
no pedirle al camino senda abierta,
porque mi oficio es encontrar la puerta
y convidar a un laberinto, el suyo.

No se puede traspasar el umbral, no se puede atrapar una ciudad hasta alcanzar sus fibras. Una mañana subí a la torre de la iglesia de Santa Catalina de Riccis. Tuvimos los permisos, claro. Quería tocar el parque, quería una imagen única, quería otra cosa. Subimos a los andamios. Los tablones sueltos se disponían a discreción.

“Pisen con cuidado, pisen firme”, repetían desde abajo.

Nos acomodamos en el pequeño espacio. La ciudad a nuestros pies. Leonel Escalona debió hacer malabares. Su cámara asomó por el último vano. Aun no agradezco su pericia, su respeto. No más bajar, una de aquellas tablas, vino al piso. Nos habíamos librado por obra de un milagro.

En el parque Martí leí la crónica sobre el parque Martí. Elena Baró, la dama del archivo de Venceremos, fue mi mejor ayuda. Desplegué el periódico a mis anchas. La imagen desde arriba, pocas veces vista, desde la concha hasta el monumento al general Pedro Agustín Pérez. En blanco y negro, pero yo le puse colores.

guantanamo 6

“Quizás aquel que espera, la que mece la tarde con sus pasos, o el descorazonado, el jubiloso (…) no piensen en las tropas hispanas ejercitándose en el otrora espacio libre de tierra limpia que era este sitio (…) Este parque es nuestro micromundo donde todo cabe y todo pasa”, escribí. Periódico Venceremos, 11 de enero de 1992, páginas centrales. No hace mucho, apenas 29 años.

No se puede tocar una ciudad, si no conoces sus leyendas. Me lo habían mencionado tanto, tenía tantas historias. El Puente Negro se apareció un día ante mis ojos. Y decidí cruzarlo.

Aquellas traviesas de ferrocarril levantadas al aire, imponían. Era un puente sin barandas protectoras, un ejercicio temerario; pero si otros lo hacían, ¿por qué yo no? Al hallarme en el centro, al mirar hacia el río, sobrevino el mareo. Primero, tambaleé; luego, me paré en seco. El pitazo de un tren completó el drama. Mis compañeros de aventura, gritaban. Y yo, inmóvil, desconcertado, lerdo…

¿Cómo logré ponerme a salvo? ¿Cómo corrí casi en el aire? ¿Cómo? Todavía me lo estoy preguntando.