A José Martí la historia le fabricó su pedestal, no de oro ni de bronce, sino del respeto acumulado en millones de memorias insultadas por quienes bajo el nombre de “Clandestinos”, profanaron a inicios de año la imagen del Apóstol en Cuba e hicieron de Internet un ágora para ofenderlo. No calcularon el poder de la red para devolverle el golpe con el rechazo de cientos de internautas.
El agravio denota que quienes toman como arma el irrespeto a las esencias de un país, nada tienen que ver con las transformaciones necesarias en este, más si queremos salvar de la delincuencia el futuro de nuestros hijos y familiares.
Aceptar hechos de profanación contra el Apóstol en cualquier forma de manifestación sería asumir el vandalismo como parte de la sociedad, habría pecado doble si se permitiesen esas ofensas a la historia de la nación y golpes sucios contra el simbolismo de sus más representativas figuras.
Hay quienes no valoran la dimensión de lo que ofenden cuando atacan al Héroe Nacional, al hombre políglota que no optó por llenar su bolsillo con la sobrada inteligencia de la que hoy habla su legado, y no se conformó con luchar desde el frente ideológico y en el mismísimo campo de batalla entregó la vida como la máxima expresión de voluntad por ver a Cuba libre.
Martí no es solo nombre y palabra, hombre de carne y hueso, cargó por siempre en su tobillo las secuelas de su condena en las canteras de San Lázaro. Tal vez pocos sepan que padecía de una sarcoidosis que le afectaba la vista, los pulmones, el sistema nervioso, pero aún así exprimió su salud en el periplo por países en busca de apoyo para la causa libertadora cubana.
Este año marcará las páginas de evocación al Apóstol, pues con seguridad se recordará que desde el primer mes su nombre se ha multiplicado en muchas voces para salvarlo del irrespeto.
Los cubanos tampoco olvidamos hasta dónde llega la bajeza del imperio en sus mañas contra nuestra nación, más si se desmoraliza al financiar a una oposición con historial de delincuencia y cuyo mayor acto de impotencia resultan bustos profanados. Para colmo los impíos al servicio del imperio se definen con una palabra arrebatada a la historia y esta les queda grande.
En Cuba el vocablo clandestinos invoca el pasado de esos a quienes la muerte les respiraba de cerca tras cada intento en la apuesta por un país en el cual las oportunidades fueran para todos; invoca a quienes no querían responder a los intereses de un gobierno situado a noventa millas, nada parecido a los nuevos “Clandestinos”.
Me pregunto si el concepto de libertad defendido desde el norte salvaría a cualquier estadounidense que, financiado desde el exterior, quisiera llenar de sangre la estatua de Abraham Lincoln o de George Washington.
Sería irónico hablar de libertad con el agravio a quienes sí dejaron su sangre -y no la de un animal- en el empeño de conquistarla para Cuba, en el afán de construir un país con las pasiones de quienes lo habitaban y no bajo órdenes desde lejos, ajenas al sentir nacional.
No son valientes los profanadores de bustos, sino apátridas al servicio del enemigo por un puñado de dinero. Sencillamente ellos son antihéroes. El Apóstol lo dejó claro en una de sus frases: “la capacidad de ser héroe se mide por el respeto que se tributa a los que lo han sido”.