“Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de modo tal que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir”.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
Llegó la COVID-19 y trastocó, ya convertida en pandemia, los primeros meses de este año. Lo cambió todo o casi todo en las esferas de la vida socioeconómica y personal: modificados el saludo, las tradiciones asentadas a través de los años, las formas en la que entendemos el trabajo, los cumpleaños, los funerales, las fechas importantes…
Durante meses, los matemáticos construyeron los modelos de pronósticos y la realidad de la tendencia nacional de la enfermedad quedó representada por escenarios en curvas de tres colores, que nos definieron en salud y seguridad: azul favorable; la verde el medio, y roja crítico.
Los máximos dirigentes del país, los eruditos de las ciencias exactas y humanas resaltaron que, además de las medidas estatales para enfrentar la epidemia, era de suma importancia que la población adoptara -aprehendiera- los procedimientos sugeridos por las autoridades sanitarias para disminuir los niveles de contagio.
De modo que nos ajustamos -nuestros comportamientos sanitarios y sociales- al imperativo de minimizar el impacto de la pandemia en Cuba. La mayoría nos volvimos más celosos con el lavado de las manos y su desinfección con soluciones cloradas o alcoholadas, tosemos o estornudamos en el pliegue del codo, aprendimos a usar el nasobuco en los lugares públicos, a guardar distancia de más de un metro al hablar con las personas, a no abrazarnos, a salir de nuestras casas solo por lo imprescindible y a emplear fuentes oficiales para informarnos.
Y en estos momentos vemos con alegría, luego de más de 70 días de haberse diagnosticado el primer caso de la enfermedad en el Archipiélago, que la curva real es mucho más favorable que el anhelado horizonte azul, y todo parece indicar que el esfuerzo de los ciudadanos y sus dirigentes tiene sus resultados.
El tema, ahora, es mantenernos. Y no es cosa fácil. Existen sobrados ejemplos de cómo los comportamientos humanos, guiados por la subvaloración de la realidad, pueden marcar la diferencia hacia lo negativo en determinados momentos y lugares, desde la fiesta familiar -con SARS COV- 2 incluido en el menú-, hasta los eventos de transmisión en el Hogar de ancianos No.3 de Santa Clara y los hospitales de Cárdenas y Matanzas.
No es la idea ser aguafiestas. Estamos llegando al final y la vida lleva ventaja. Sabemos que es bueno. Pero acercarse a la meta no es lo mismo que ganar, y apurarnos para alcanzar “la nueva normalidad” pospandemia nos hace vulnerables y a la enfermedad le pueden crecer alas.
Lo hemos visto, personas que comienzan a descuidarse, vecinos que -ante la confianza de varios días sin reportar contagios entre las fronteras provinciales- abandonan prematuramente las medidas de distanciamiento, el cuidado…, a cuenta del optimismo desmedido y la ilusión de que todo acabó, por lo menos para nosotros.
Es tiempo de consolidarnos y avanzar juntos, soportados por nuestras familias, vecinos y amigos -siempre soportes imprescindibles si se trata de regular comportamientos, no es cuestión de evaluar cuánto nos falta, sino de enfocarnos en lo que resta por hacer.
Lo que resta, por cierto, no es poco, y no hablo solo en términos de tiempo. Me refiero a la crisis mundial que asoma sus narices y “ya nos toca” -como si con el bloqueo estadounidense no fuera suficiente-, pero, sobre todo, al escenario en el cual tendremos -y así lo advirtió la Organización Mundial de la Salud- que aprender a convivir con la COVID-19.
El regreso a la nueva normalidad es, en definitiva, un proceso que llevará tiempo, y que requerirá manejar estos días sin la torpeza que genera la prisa, sin saltarnos ningún paso.
Ya llegaremos al día en que el nuevo coronavirus -latente, pero seguramente mejor controlado por medicamentos y vacunas- tenga la calidad de los recuerdos, de una realidad que nos puso en jaque, nos costó muertos, hospitalizados… pero también generó mejores prácticas de salud y potenció en su máxima expresión la solidaridad y el humanismo de los cubanos.