Son más o menos las tres de la tarde, mi horario habitual para cobrar el salario del mes, lejos de los cajeros y los bancos, siempre a explotar de clientes. Pero hay cola en la casa de cambio (Cadeca). No una pequeña, de esas que pasan en menos de un dos por tres, sino de las grandes, de las que dan miedo de tanto verlas, sufrirlas, sortearlas.
Me extraño y pregunto. Casi todos esperaban su turno para cambiar moneda libremente convertible en pesos cubanos, según la tasa vigente en el país para ese tipo de operaciones: un peso cubano convertible (CUC) por 24 pesos cubanos (CUP).
A sabiendas de las “bolas” malintencionadas que anuncian el fin abrupto de la moneda convertible en los próximos días, pregunto: “¿Hay algún apuro?”, tras lo cual el debate a lo cubano tomó forma, creció y echó a andar…
“Es que quieren desaparecer al CUC, lo van a bajar y hay que aprovechar mientras se pueda”, respondió desde bien atrás, como para que media fila pudiera escucharla, una muchacha que creía entretenida con un par de audífonos de esos que parecen sembrarse en los tímpanos.
“¿Pero ya lo dijeron, porque yo vi el noticiero y no oí nada, o me lo habré perdido…?”, ripostó una señora que iba en busca de su chequera. “No, por ahí no, yo lo leí en feísbu y una pila de páginas en Internet, y cuando el río suena… Yo, por si acaso, traje mis quilitos”, le respondió la primera.
“Ustedes se imaginan que mañana me digan que los chavitos -como también se conoce al CUC- no son a 24, sino a 20; me da un ataque. No, qué va, eso no puede ser así”, salió una voz desde atrás. Era un hombre en sus cincuenta, en la cola para la Western Union.
“¿Facebook (lo mismo que feísbu), en serio? Además, la unificación monetaria se viene anunciando desde hace rato, se habló de eso en el noticiero, que se estaban creando las condiciones…”, masculló la muchacha que marcó detrás de mí, y siguió diciendo, como para sí misma, frases que no alcancé a escuchar.
“La verdad es que hay que comprobar las cosas antes de hablar, y de hacer. La unificación viene; pero no de esa manera. Quien dice esas cosas, no sé por qué lo hace, pero por nada bueno es”, le respondí en voz alta a la que no hablaba conmigo, y más de uno pensaría que me estoy volviendo loca.
“Yo vine a cambiar porque los cuentapropistas no quieren “coger” los convertibles, y si lo hacen tienes que dárselos a 23, como si te estuvieran haciendo un favor y el dinero creciera en los árboles, así que vine a vender algunos. Pero no tengo ningún apuro, esos procesos son eso, procesos”, razonó un señor de gafas oscuras.
“Pues yo leí en Cubadebate que el Banco Central desmentía eso de la unificación monetaria a partir del primero de octubre, que cuando empezara lo iban a informar, y la gente no iba a perder su dinero, aunque lo tuviera guardado en casa”, aportó a media voz un joven, mientras se secaba el sudor.
“Así es como debe ser”, dijo la cola, casi a una sola voz. “Tú ves, el Granma, Juventud Rebelde, el Noticiero, la radio…, eso sí sirve para informarse bien, en las redes sociales la gente dice cualquier cosa, y el que no sabe, a correr”, subió el tono la chica de la conversación que me inventé y la de los audífonos la miró de reojo.
“Mi hija, que es economista, me dijo que cuando se iniciara la unificación monetaria no sería de un día para otro. Los que tienen ahorros en el banco, tampoco van a perder. Lo que no entiendo es por qué ahora”, secundó la señora de la chequera.
El de las gafas saltó de nuevo, más tranquilo. “La doble moneda fue efectiva en su momento, pero ahora atrasa, genera deformaciones en la contabilidad de las empresas, desestimula producciones, y para la gente será más simple cuando solo circule el peso cubano de siempre. Es complicado de explicar, pero el proceso es necesario. Y si ya viene, es porque es el momento”, y dejó a media fila boquiabierta.
Y usted qué dice por fin, periodista, me increpó la de los audífonos, más atenta que nunca a pesar de los hilos blancos colgándole de las orejas. “Pues yo…, que es preciso esperar al anuncio oficial del Banco, confiar en que la población no saldrá afectada y…, que ya me toca”, y salí disparada hacia la puerta de entrada.
Afuera, el debate -como un ser autónomo hecho y derecho- siguió su camino. El señor de las gafas tomó las riendas del tema, a juzgar por las miradas atentas y las preguntas que lo oí contestar, mientras esperaba mi turno definitivo en el POS, y la chica de los audífonos, al parecer, dejó el apuro -y quizás, la desconfianza- para otro momento.
Yo, mientras tanto, surtí mi cartera con las dos monedas vigentes, y seguí con mi día.