Una vez tras otra la COVID-19 ha demostrado que su capacidad de propagación es asunto serio, le sobran cifras para advertirnos. Cada ocasión que el país ha flexibilizado las medidas para devolver a la vida algunas de las costumbres de antes, un rebrote de la pandemia pone en pausa los intentos de regreso a la nueva normalidad, aunque a algunos nos les basta ese lenguaje con el cual la realidad habla del peligro.
Hay inocencia infantil multiplicada en calles guantanameras con niños jugando, incluso, sin nasobuco. Muchos de esos episodios reflejan cuán lejanos están todavía los adultos de comprender el riesgo de un virus como el SARS-CoV-2, cuando permiten a sus hijos exponerse a este de tales maneras.
Si hoy la provincia tiene un horario de restricción de movimiento de las 8:00 a las 5:00 am, no es por capricho gubernamental, sino por la necesidad de evitar la circulación de personas innecesariamente para cortar la transmisión de la enfermedad que camina con los pasos de cada individuo. El movimiento de ciudadanos en ese horario es de las preocupaciones señaladas en el Consejo de Defensa Provincial.
Grupos de jóvenes platican en las esquinas, en ocasiones sin nasobuco o haciendo mal uso de este, como si ser portadores del virus fuera imposible para ellos. Las posibilidades de propagar la letal enfermedad no caben en sus pensamientos, al menos no hasta que las fatídicas cifras o las más tristes complicaciones de esta toquen sus familias o a algunos de ellos propiamente.
Quienes evaden el lavado de las manos exigido en cada centro y apelan a justificación, tal vez luego la COVID-19 les recuerde el precio de la negación y quieran pedirle permiso al pasado para rectificar errores.
Es necesario que la responsabilidad ciudadana acompañe el enfrentamiento a la pandemia, pero también el actuar consciente de quienes se involucran directamente en esta lucha desde lugares como los centros de aislamiento.
Durante la estancia en la Universidad de Guantánamo, donde se atienden personas relacionadas con contactos de casos positivos, este reportero observó con preocupación como uno de los encargados de la limpieza dejó par de guantes, luego de usarlos, encima de una de las literas, y olvidó por completo que los había colocado allí. Otro de ellos sacudió ese mismo utensilio contra una de las puertas de los cuartos.
Mientras las personas que repartían la merienda siempre lo hacían con la vestimenta establecida, en una ocasión fue alarmante cómo un individuo que integraba el equipo destinado a esa tarea lo hacía con ropa de civil, usando incorrectamente el nasobuco frente a la bandeja con panes, otro descuido imperdonable en un lugar como ese.
El hecho de aislar a quienes se han relacionado con contactos de casos positivos, demuestra el interés del Gobierno por cortar la cadena de transmisión, aunque es comprensible la preocupación de quienes se ven obligados a internarse en esos centros bajo tales condiciones, más si se tiene en cuenta que en ellos también hay posibilidad de contagio.
El aislamiento domiciliar para los miembros de esa segunda cadena de transmisión pudiera ser una medida más viable y sostenible. Si los ciudadanos la cumplieran cabalmente, ahorraría al Gobierno combustible, además de alimentos. Esta última cuestión, al menos desde la experiencia de este autor en la Universidad de Guantánamo, merece buena opinión por la elaboración, variedad y garantía permanente.
Errores aparentemente insignificantes entregan a la COVID-19 las vidas con que nutre sus cifras, y una vez que esta las toma para su historial es impredecible si se apoderará para siempre de ellas o será capaz de devolverlas. Eso lo sabe bien la ciencia, que ha luchado duro por arrancarle a la pandemia millones de alientos de los que ya ella parecía adueñarse eternamente.
La irresponsabilidad a veces prueba fuerza con el SARS-CoV-2 en un desafío que podría ser fatídico e ignora el poder del patógeno, incluso a un año de convivencia con él, mientras muestra sus músculos engrosados con los números de cada parte diario. Asumamos cambiar el rumbo de esta historia como un reto colectivo, la victoria clama por nuestros esfuerzos.