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BloqueoAlguien que dice razonar fríamente con estadísticas propone que el de Estados Unidos es el único voto que Cuba necesita en la Organización de Naciones Unidas (ONU) para poner fin al bloqueo.

La propuesta, de un ofensivo humor negro a costa del estrangulado, extrapola una mirada de competencia deportiva olímpica a la política. La Asamblea General de la ONU como el estadio donde el musculoso entrenado es el que llega más lejos, más alto, más fuerte.

Cuando el excelentísimo representante del gobierno de los Estados Unidos habló, ante la Asamblea General de la ONU, para oponerse a la aprobación de la resolución de Cuba sobre la necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero de su país hacia el Archipiélago, opinó que el bloqueo es una política que “favorece al pueblo cubano”.

Entonces, como antes, ahora y por algún tiempo todavía, nadie dudó que Estados Unidos es el imperio más poderoso en la historia del mundo, ni le pasó por la cabeza que su representante se había vuelto loco de repente. Tampoco que ironizaba.

Sin embargo, los argumentos de Cuba, el pequeño país cuyo pueblo ha enfrentado el bloqueo sexagenario con principios de independencia, soberanía, solidaridad y justicia social, se impusieron una vez más, y la resolución contra el bloqueo fue aprobada por 184 votos a favor, 2 en contra y 3 abstenciones.

Una victoria de la fuerza de la verdad y las ideas de los cubanos que defienden el proyecto patriótico, y de los pueblos que rechazan el crimen del poderoso de condenarlo por eso a morir de hambre y privaciones, en contra del derecho a la convivencia entre las naciones.

El voto del poderoso sólo fue acompañado por otro, signo de intereses supeditados a los del Imperio, en esa como en otras feas políticas de guerra y confrontación. Un voto de derrota, de aislamiento, de soledad, que perjudica también al pueblo de la nación en cuyo nombre habló su representante. El único voto despreciable, inservible, por enemigo de los intereses de la Humanidad, mentiroso e inicuo no solo contra Cuba.

A fin de cuentas, la lógica de las competiciones deportivas será buena cuando se supere en la política la prepotencia del poderoso. El Imperio nunca ganará el derecho de los cubanos a existir, ni poner a su favor el voto mundial con su ridículo razonamiento viciado de la fuerza como argumento.

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