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tarjeta magneticaLa mujer, después de un día de ciertas tensiones, fue hasta la barra. Se acomodó como pudo en los asientos altísimos, y pidió al cantinero un trago de coctelería de un azul intenso que toda la tarde había visto “sudar” en otras mesas. Se lo merecía.

 

El barman puso manos a la obra, mezcló con calculada elegancia curazao con piña, bastante hielo y un largo hilo de vodka para el final. “Son 175 pesos”, dijo y ella extendió su tarjeta Bandec, como lo había hecho decenas de veces en menos de tres días.

 

Pero esta vez, no “pasó”. Una prueba, dos, tres. Reinicia el POS (terminal de posventa), por si acaso, y nada. A estas alturas, a la mujer se han sumado una decena de personas con sus propios pedidos. El barman solicita paciencia, mientras alguien alerta que Bandec anunció afectaciones.

 

“Así no se puede”, masculla entre dientes y le dice que pague en efectivo: cuando se pueda pasará su tarjeta para “cuadrar” la caja. Pero será la única vez, le advierte. Ella acepta, le deja un poco más de dinero, y se aleja. El bar, que debe trabajar toda la noche, cierra a las 10.

 

La funcionaria del aeropuerto saca un pomo con hielo que no puede pasar al salón de espera: “Debe comprar el agua adentro, por cuestiones de seguridad”, le informa. La señora piensa que es un exceso -aunque es, en realidad, una norma en medio mundo- pero no tiene alternativa.

 

Pero, adentro, todo es por tarjeta y ella, por seguridad y porque no la necesitará en su destino, decidió dejarla en casa. Así que, cuando no puede más, se acerca a la cafetería y le propone a la dependienta pagar un poco más por un pomo de agua, de los pequeños. La otra asiente y pide cinco dólares, así, en verdes. Tiene sed, le quedan tres horas de espera, y paga.

 

Son historias vividas o contadas. Son historias reales. La confirmación a muchos temores cuando entidades como Islazul anunciaron que el pago de sus servicios, desde la reservación hasta un jugo, se haría exclusivamente por tarjeta.

 

Que aceptaran tarjetas magnéticas en comercios, hoteles, tiendas, hace algunos años, fue un logro bien recibido, lo es incluso ahora. Otra opción si fallaba el efectivo, o simplemente querías pagar por esa vía.

 

Pero la exclusividad del pago electrónico de servicios en moneda nacional es otra cosa. Es una imposición sin fundamento. Una arbitrariedad que molesta más de lo que ayuda. Una limitación. Un salto constante en el estómago.

 

Porque, aceptémoslo, muchas cosas pueden fallar, y fallan, en el comercio electrónico.

 

Falla, en primer lugar, la presunción de que todos tenemos una tarjeta magnética, aunque, en la práctica, la mayoría la tengamos. Fallan las propias tarjetas, que se desmagnetizan bastante frecuentemente, y pierden toda la información.

 

Desmagnetizar una tarjeta, advierten varias páginas consultadas en Internet, es realmente fácil. Solo es necesario que se acerque lo suficiente a un imán, como los de los dispositivos de seguridad de prendas en los comercios, los de las neveras, de apertura y cierre de los bolsos y las carteras, los celulares…

 

Falla, ya lo vimos, la conexión: Bandec, BPA, el Banco Metropolitano tienen tiempos de mantenimiento del sistema, y problemas propios de la red, que nunca es infalible.

 

Se falla, incluso, más a lo profundo. Porque dinero en tarjeta implica persona depositando billetes en un banco, en alguno de los pocos que tenemos y no en todos los municipios, tras largas colas, y en horarios bien apretados, todavía más con los vaivenes de la electricidad.

 

No hay, en nuestra provincia, cajeros que permitan depositar dinero -apenas hay para retirarlos- ni otra alternativa que no sea el sistema bancario que trabaja de lunes a viernes de 8:00 am a 3:00 pm para las personas naturales, y los sábados solo hasta el mediodía, así como los últimos días del mes.

 

¿Qué pasa si, en medio de unas vacaciones, surge un pago imprevisto y nos quedamos sin dinero en tarjeta en pleno domingo? ¿Por qué, si nada impide que circule y se use en operaciones corrientes nuestro peso cubano, eliminar totalmente el uso del efectivo?

 

Si la idea es incentivar el uso de tarjetas, bien pueden establecerse bonificaciones como, ahora mismo, hace la Empresa Eléctrica y Etecsa. Si la pretensión es eliminar resquicios por donde pueda desviarse el dinero, el tiro no dio donde querían, y creó, de paso, una nueva -o reusada- manera de explotar al cliente.

 

Nada tengo contra el comercio electrónico. Tengo, sí y mucho, contra los extremos, contra la histórica manía de pasarnos y, en este caso específico, de convertir lo que nació para ser una facilidad, en un soberano dolor de cabeza.