Una niña que vi nacer y crecer en un hogar modesto y al amparo del buen ejemplo de sus abuelos, lleva hasta mi jardín una gatica atada a una cuerda. Le sugiero soltarla. "No, porque se manda a correr si no la amarro cuando la saco a hacer pipi, y es de raza", dice para justificar el poco caso que me hizo, mientras insistía en resaltar el linaje del animalito.
Lucía "graciosa", con ropa y zapatos combinados, entre brillos y colores. También llevaba una mochila "cómica" colgada a la espalda, como si fuera una pieza más de su vestimenta; y un celular que apenas cabía entre sus manos. Le dije que estaba bien bonita, y su respuesta fue como una bofetada: "Todo lo que me compran es de marca".
La respuesta de la pequeña me hizo tragar en seco. Le pedí me dejara hacerle una foto con su gatica en mi jardín.
-"No, con ese móvil no, mejor con el mío que es más grande y de buena marca", ripostó.
De nuevo quedé sin aliento y, en efecto, mi celular no es como el suyo, pero igual hace fotos y quedan bien. Finalmente, accedió y posó de mala gana.
Por esos días fui a depositar en el contenedor los desechos de la casa y encontré fuera de él una pizarra de aproximadamente un metro de largo, prácticamente nueva. Sin pena alguna y a la vista de curiosos, la tomé, porque alguien la puede necesitar.
Pensé en la niña de la gatica atada a una cuerda, pero vino a mi recuerdo otra niña, distinta, preciosa, que vive en Maisí. Se llama Neftalí, y la vi por primera vez en el perfil en Facebook de un amigo y colega baracoense. Justo en esa plataforma aparecía, causando la admiración de muchos, especialmente por sus preciosos ojos.
Vive en Sabana de Maisí; es simpática y muy feliz. Cuando el autor de esta foto le pidió fotografiarla con su camarita de aficionados, ella posó en el rincón favorito de su humildísima morada y ahí la tienen, toda hermosa frente a una pared de madera, esa que ha sido y es la pizarra de sus hermanos, y ahora de ella.
Intenté regalarle la pizarra a la niña vecina, pero no la quiso y como respuesta sacó de su mochila "cómica" una tableta "de marca". “Eso ya no se usa -me dijo-, con esto lo hago todo", aseguró.
Mientras escribía estas líneas, me inquietaba el deseo de hablar con la pequeña de nombre bíblico, a sabiendas de que en su casa de Sabana no tienen teléfono, pero la amabilidad de una vecina lo hizo posible:
-Hola Neftalí, mi amor, ¿cómo estás?, le dije apenas la madre, de 31 años de edad, permitió, gustosa, la conversación con la más pequeña de sus tres hijos.
- Bien, bien, llegué de la escuela, ya estoy en prescolar porque tengo cinco años.
-Mira qué bien...
-Sí, y tengo hermanos, muchos primos, una mamá y un papá y los quiero mucho a todos.
-Ya... ¿Y tú sabes por qué te pusieron Neftalí? -Sí, claro, porque soy hija de Yania y Omar...
-Ahhhh... ¿Y a qué te gusta jugar? -A la ronda, cantar... y las muñecas.
-Y cuántas muñecas tienes? -Ninguna todavía. Bueno sí, algunas de papel que yo las pinto y coloreo.
-¿Y qué te gustaría tener para jugar?
-Una muñeca de verdad, un día mis papás me la van a comprar para que sea mía y llevarla a pasear en un cochecito por los caminos...
-¿Y serías muy feliz con eso?
-Más feliz, porque ya voy a la escuela y porque mi prima me presta su muñequita, que es chiquitica y bien bonita...
Dos caras de una misma moneda, la infancia. Una intoxicada por el consumismo y mercantilización de los padres, y la otra toda belleza exterior e interior cultivada desde la humildad y el amor por cuanto les rodea.