El pequeño Mauro Alexis no puede argumentar los motivos de tanta admiración y respeto por Martí; sus tres años lo limitan, pero sabe que ese hombre no es común y lo venera; lo identifica en las más diversas formas y tamaños cuando lo descubre en disímiles sitios. Con alegría contagiosa exclama: ¡Ese es José Martí!
Como tantos niños cubanos, Mauro cada mañana se anima para asistir a su círculo infantil y, al llegar, se detiene frente al busto del autor de La Edad de Oro, lo reverencia con una parada solemne, le deposita la flor símbolo de ternura, y hasta lo abraza. Nadie lo induce y, con frecuencia, exige que lo lleven al parque “de Martí” a jugar, y lo primero que hace es honrarlo ante la estatua que perpetúa su imagen.
Ese comportamiento, que es el de muchos infantes, se multiplica en la medida en que se cultiva, ahí están los primeros síntomas del terreno fértil para sembrar a Martí en el alma de cada cubano, y es deber sagrado a partir de la sabia martiana de que se afirma un pueblo que honra a sus héroes.
Cada 19 de mayo, desde finales del siglo XIX hasta hoy, se han congregado generaciones de seres humanos, en todas las latitudes del orbe para darle ¡gloria! al Apóstol de la independencia cubana; la dimensión del homenaje alcanza la grandeza del héroe y ratifica que Martí vive entre nosotros; es tan sólido su legado, que se fundió para siempre en el destino de Cuba y de su pueblo; en el devenir histórico se ha ratificado su propia sentencia:
“No hay más que un medio de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos -o un hombre de su tiempo”.[1]
Así fue y se hizo perdurable más allá de cualquier pronóstico, por ser un hombre de ideas profundas, cuyo canto a la libertad y a la dignidad del ser humano es de sorprendente actualidad; su ejemplo alimenta los mejores valores de todo el que entra en contacto con su ejemplar conducta ante la vida, con su verbo ardiente, capacidad de sacrificio a toda prueba, peculiar desafío a la adversidad, por su disposición de echar su suerte con los pobres de la tierra.
Hace ya 128 años de su gloriosa caída en combate, desde entonces y por siempre, evocamos al escritor prodigioso, quien nos dejó una prolífera obra cuya vigencia desafía las épocas; al poeta tierno y rebelde; al orador telúrico y conmovedor que hizo de la palabra crisol de emociones y motor de voluntades; al fundador de un movimiento literario peculiar y moderno; al crítico sagaz y generoso; al cronista acucioso de la vida; al asombroso visionario, capaz de anticipar otros tiempos culturales y políticos.
Nos inspira hoy y siempre, el más grande pensador americano, y junto con Bolívar, la figura más insigne que hayan producido los pueblos de la “América nuestra”.
Del héroe de Dos Ríos bebimos la sabia de nuestra identidad latinoamericana; de su accionar sacamos las lecciones de la vital importancia de la unión nacional; por él aprendimos el valor afectivo de la solidaridad y confirmamos ante el mundo su apotegma cumbre de que “Patria es Humanidad”.
Nos enorgullece el agitador y guía de ideas profundas y visionarias; de él recibimos el amor desbordado al hombre y a la patria; la pasión por la libertad y la justicia, la firme determinación de preservar, por encima de todo, la identidad y la soberanía de la nación. De él heredamos su culto a la dignidad y el decoro del hombre; su confianza ilimitada en el pueblo; el rechazo a las tiranías y también a las injerencias.
Él nos inspira a mantener nuestro compromiso de estar siempre con los que aman y fundan, y de no comulgar jamás, con los que odian y destruyen.
Su alto sentido de la dignidad, la justicia y la lealtad nos apuntala firmemente ante la ignominia, la cobardía y la traición, nos advierte el Maestro: “No es honrado el que desgarra a la hora de un peligro el seno todavía conmovido de la patria”.2
“Sin honor no hay hombre. Cada cual viva de su sudor, o no viva”.3
En medio de las complejas circunstancias en que vivimos, la Revolución es nuestra única salvación, preservarla es tarea de todos; si difíciles son estos tiempos, peores serán los venideros si no somos capaces de comprender y enfrentar los graves peligros que la amenazan, dentro y fuera de Cuba; el reclamo de su salvaguarda es para todos los tiempos y la fórmula para ello la demostró Martí.
A nuestra generación, a la de mi nieto Mauro Alexis y a las venideras, corresponde fundirnos en un haz de voluntades, con el mismo calibre de aquella que se inmoló en el Moncada, para seguir siendo artífices de la acción dignificadora de Cuba, que es la Revolución de Martí y de Fidel, la obra salvadora de todos los cubanos.
Notas:
[1] Martí, José: “Cuadernos de apuntes”, 1878-1880, t. 21, p. 143.
2__________: “Escenas mexicanas”, Revista Universal, 2 de julio de 1875, t. 6, pp. 253-254.
3__________: Carta a Fermín Valdés Domínguez, Nueva York, 20 de julio de 1894, OC, t. 4, p. 208.