El número 38 de la cola daría mucho de qué hablar. Parecía uno más, pero no. Ataviado de gris cargaba una negra mochila que luego recordaba el morral de Meñique, aquel con el que el célebre personaje de la Edad de Oro desafiaba al Gigante en la porfía de la gula.
El hombrón se llenaba la panza mientras el pequeñín desviaba toda la comida hacia el morral que se estiraba y estiraba hasta que el Descomunal se rendía ante “el insaciable” Diminuto que lo convertía en su siervo y daba un paso más hacia el amor de la Princesa.
Pero el escenario no era el del bosque encantado, era la calle Bartolomé Masó entre Pedro A, Pérez y Calixto García, donde a las 5:30 am ya mucho pueblo frente a los cajeros automáticos preguntaba por el último, tras haber hecho lo mismo en la cercana Casa de Cambios, la Cadeca.
Como en las barberías de antaño volaban opiniones, criterios más y menos acertados, justos e injustos sobre los males que nos lastiman: “Lo nunca visto, los bancos desbancados… esto se revuelve fácil, como en los inicios, con el cambio de moneda, un límite de tiempo y dinero para depositar y verás como todo el mundo corre a meter en arcas lo que ahora guarda bajo el colchón, opinan algunos.
“No hay dinero porque se usa para comprar divisas en el mercado negro con que reabastecer el otro autorizado a particulares con precios prohibitivos de cajas de pollo, aceite, y hasta cervezas que cuestan centavos producirlas y cientos de pesos degustarlas.
Una opinión tira de la otra y se reconoce la intención de modernizar informáticamente la nación. “Bancarizar, como en cualquier parte del mundo para usar menos efectivo es un salto cualitativo, pero exige infraestructura –apunta uno y tercia otro: “se dan pasos para aliviar el problema, se ponen parches, como las cajas extras, los códigos QR, existen EnZona, Transfermóvil, tarjetas magnéticas… qué se yo, pero por más que surgen opciones positivas, las acompañan las negativas.
“Fijate -aclara alguien- cada vez que el Gobierno toma una medida correctora de alguna situación, ahí mismo surge el aprovechado. Los negociantes callejeros no importan, pero venden lo que el Estado trae del extranjero. No hay voluntad de trabajar y producir, muchos quieren ser comerciantes, revendedores. Si liberan la venta de divisas, ahí están los dueños de la cola vendiendo los turnos, si no hay efectivo ahí reaparece el garrotero y es sintomático que cuando proliferan las cajas extras, varias nunca tienen dinero que entregar. ¿Quiénes se sirven allí?
El número 38 callado. A él no le interesan esos diálogos. No va a arreglar el mundo. Espera su turno. Ya Cadeca permite extraer, pero solo hasta dos mil pesos, para que muchos puedan resolver de alguna manera. Allí hasta quienes por el servicio de Ticket les toca comprar divisas tienen que trasladarse al cajero para sacar 12 mil pesos y poder adquirir los 100 (dólares, libras, euros…) que le ofertan, porque a cada rato no tienen conectividad, uno de los problemas de frágil infraestrutura tecnológica.
La cola avanza en el cajero: uno de la cola, un trabajador bancario, un “impedido” (algunos sí, pero otros no, a simple vista rebosantes de salud, rosaditas, gorditas hermosísimas, a pesar del carnecito que quizás nadie niegue a tanta belleza acumulada).
Sale una bancaria, entra el 37, luego una impedida de verdad, anciana, por demás con dificultades para operar la tecnología y mientras organiza su tarjeta, los espejuelos, rebusca en la cartera la anotación del pin olvidado, para no interrumpir la cola, le “da un chance” al 38 que por casualidad la charada señala como dinero, mucho dinero.
El de gris se posiciona. Abre la mochila de piel de morral de Meñique y convierte en piano el teclado del cajero. Desea hacer otra operación… pregunta la máquina desde la pantalla: SI, teclea. Cada vez son 4 mil pesos y el Gigante (el Banco) a todas luces perderá en la porfía. SI, nuevamente teclea y reintroduce un pin. Cambia de tarjeta y sigue la canción.
La cola se revuelve. ¡Hasta cuándo! El de gris impasible. Reclaman a una bancaria que ocasionalmente ayuda a personas no entendidas. Jocosamente lo interpela: vas a dejar el cajero sin dinero. Caso omiso. La funcionaria no tiene armas: “Señores, hizo su cola y usa su turno” –responde impotente.
No es justo, ni moral.
Las extracciones crecen exponencialmente en múltiplos de 4 mil y se hincha la mochila a punto de reventar el zipper, cuando alguien indignado exige que termine y pone nombre a la operación: “Esa es otra forma de negocio, a saber cuánto gana sin trabajar por cobrarle con intereses a una pila de infelices o no tan infelices en capacidad de darse esos lujos financieros. El Banco no tendrá dinero, pero debe tener la capacidad para regular las entregas y cerrarle el paso a estos descarados”.
Muy cierto y el respaldo unánime apunta con dedo acusador a la institución financiera que de igual manera que ordena con un cartel el acceso de uno de la cola, un trabajador bancario y un impedido, debe limitar el número de tarjetas y monto de las extracciones para repartir a menos descontento, con esa indicación el pueblo se encarga de hacerlo cumplir
El 38, con su exagerado bulto parte, mientras dedica su cínica sonrisa a la indignada multitud. Total, como decía mi abuela: “El vivo vive del bobo y el bobo del… silencio”. En definitiva, el dinero no alcanzó para el 39.