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circo

No aprendemos. O las lecciones las olvidamos muy rápido. Porque hay cosas que hacemos bien, pero luego las relegamos. O eso parece.

 

Estas reflexiones, más que de un hecho, van de sus enseñanzas, de no permitirnos el cansancio por el bien común, de prever para salvarnos, como sentenció sabiamente José Martí.

 

Un grupo de artistas del Circo Nacional de Cuba visitó a la provincia de Guantánamo en días recientes. Hubo funciones en locaciones y municipios. Alguien me decía que cuando ellos vienen, la gente se alegra, acude, todo se llena; porque el Circo es parte de una tradición y lo mismo asiste el público al teatro Guaso, que se va hasta la sala polivalente, en San Justo.

 

Dos días de presentaciones tocaron a la pista Guayo, del reparto Caribe,en la ciudad de Guantánamo, sábado y domingo, a las 7 de la noche, decisión acogida con beneplácito por la población de una zona bastante alejada de los circuitos culturales del centro de la ciudad, a los cuales es más complicado llegar, sobre todo ahora con los problemas del transporte público.

 

Pero ni el más ferviente entusiasmo escapó de la molestia generada por varios desaguisados. Uno de ellos fue la venta de las papeletas, el primer día, dos horas antes del inicio de la función, lo cual ocasionó aglomeraciones, “molotera” y empujones a niños (público mayoritario) y a adultos, a la hora de entrar. Para la presentación del domingo la administración del lugar decidió, sabiamente, venderlas desde la mañana.

 

Una oscuridad casi total reina en la pista Guayo, tanto en las afueras como en áreas de su interior, lo cual favorece el caos, el desorden, las indisciplinas, que nunca faltan, entre estas el acceso al local con papeletas falsas, una alteración difícil de comprobar con escasa iluminación y que provocó pérdidas económicas por concepto de recaudación, explicó el administrador.

 

En una instalación que también cuenta con poco mobiliario, la mayoría del público tuvo que estar de pie durante la función, lo cual resultó incómodo, irrespetuoso, en especial para los niños, algunos de los cuales lograron sentarse en las cercanías del escenario, pero en general allí la gente se acomodó como pudo para ver un espectáculo que amerita estar sentados para su pleno disfrute.

 

Con la mejor de las intenciones, -estoy segura de que las hubo-, se decidió realizar estas presentaciones que, a pesar de todo, se agradecieron y aplaudieron, en recompensa a los artistas circenses que ofrecieron su trabajo con mucha profesionalidad y porque ciertamente escasean las opciones recreativas y se necesita del sano esparcimiento.

 

Debió revisarse por quien correspondiera la situación para estas funciones y en consecuencia, ofrecer mejores condiciones para el público, que tuvo que pagar 100 pesos la entrada por adulto y 50 en el caso de los niños.

 

Quizás habría bastado la ubicación temporal de un alumbrado exterior esos dos días, como mismo se habilita un servicio en carnavales y emplazar algunas sillas, taburetes, bancos, por solo mencionar dos acciones que hubieran enmendado la situación.

 

Pero más allá de la presencia del Circo en la pista Guayo, una instalación del Centro provincial de la Música, ese anfiteatro merece una mirada diferente, un guiño cariñoso que lo revitalice y ponga en función de más frecuentes opciones culturales para el pueblo, dentro del cual seguro habrá quien recuerde antológicas presentaciones allí de mucho y buenos artistas.

 

Es una pena que a estas alturas todavía no sea una extensión permanente de eventos como el Festival Chocolate con Café, concentrado casi totalmente en el centro de la ciudad; la Jornada de la Canción Política; el Festival del Changüí, por solo mencionar algunos, además de proyectos socioculturales que pudieran funcionar en un sitio tan agradable y con infraestructura: escenario, camerinos, y bastante espacio.

 

Que los tiempos son difíciles ya lo sabemos, la pregunta es si vamos a quedarnos de brazos cruzados.