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Fidel Castro 678x381Las puertas del teatro Guaso están abiertas a todo público. Las personas -que llegan apresuradas- atraviesan los pasillos en penumbra, en busca de un asiento en las pocas filas que faltan por llenar. La entrada de hoy es libre.

 

Se encienden, de golpe, las luces del escenario, y justo en el centro aparece un niño pequeño. Aparenta unos 10 años. Su menuda figura hace que la tarima parezca más grande de lo normal, hasta que de su cuerpo brotan las palabras "condenadme, no importa, la historia me absolverá", y toda sensación ilusoria de pequeñez desaparece.

 

Otros infantes lo sustituyen. Comienzan los acordes de una canción -devenida himno para la mayoría de los cubanos- y el público se une a las voces blancas que, desde las tablas, entonan la letra. “Ni la muerte cree que se apoderó de ti”, gritan al unísono. Desde la calle, los transeúntes pueden escuchar el coro.

 

La pared lateral izquierda queda iluminada por un proyector, y muestra una foto en blanco y negro del rostro alegre de Fidel. Las imágenes van cambiando a medida que transcurre la gala. A Él, le cantan, le bailan, le declaman los príncipes enanos encargados de la velada.

 

Son los niños de la Compañía de teatro infantil La Colmenita, del municipio de Guantánamo. Con la dirección artística de Xiomara Solís y bajo el título Fidel, por tu luz, protagonizan cada una de las obras de este espectáculo.

 

Avanza la función y no quedan rostros impasibles. Junto a cada canción, los pequeños artistas derrochan cubanía en el escenario, mientras que en los pasillos que separan los asientos, decenas de niños del público se ponen de pie, tararean las letras, juntan sus palmas y mueven sus cuerpos al ritmo de la música.

 

Dicen que vivir en el corazón de un niño es de los más grandes tesoros de la vida. Lograr el cariño de unos ojos curiosos, de unas manitos inquietas, de una sonrisa que no sabe aún de maldades y engaños, es perdurar en el tiempo, alcanzar la inmortalidad. Esa es una de las virtudes que caracterizaba a Fidel. Los miembros de La Colmenita lo demuestran.

 

Termina la función y entre exclamaciones de "Yo soy Fidel, yo soy Fidel", se levantan uno a uno de sus asientos y abandonan el teatro. Muchos hablan en voz alta, emocionados; otros bailan, como si para ellos no hubiera terminado la fiesta. La mayoría sonríe. Lo que comenzó como un acto en homenaje al octavo aniversario de la desaparición física de Fidel, termina siendo una celebración de su vida, sobre todo, para los más chiquitos, los de la pura gratitud.

 

Justo así le hubiese gustado al Comandante en Jefe ser recordado. No con frías estatuas de mármol en plazas céntricas, a merced del sol o de la lluvia. No con su nombre en gruesas placas de metal, a lo largo de una calle concurrida. Justo así, en el corazón de esos locos bajitos, como los llamó Joan Manuel Serrat en una de sus canciones.

 

Así lo expresó en su discurso al hacer entrega de la fortaleza militar al Ministerio de Educación, el 24 de febrero de 1960. "En eso es en lo que más debemos pensar: en los niños de hoy, que son el pueblo de mañana. Hay que cuidarlos y velar por ellos como los pilares con que se funda una obra verdaderamente hermosa y verdaderamente útil".