El 3 de febrero de 1962 el entonces presidente estadounidense John F. Kennedy emitió la proclama 3447 que decretaba formalmente un "embargo" total del comercio con Cuba al amparo de la sección 620 (a) de la ley de Asistencia Exterior. Se le confirió de esa forma carácter oficial a las acciones económicas, agresivas y unilaterales que se venían aplicando contra Cuba desde el mismo triunfo de la Revolución.
A partir de entonces, la política de cerco y asfixia económica se consolidó como eje central de la estrategia del gobierno de Estados Unidos, que 63 años después de su proclama no solo se mantiene, sino que recrudece de manera brutal y perversa, aplicando medidas de guerra no convencional, impropias de tiempos de paz.
El bloqueo ha evolucionado en el tiempo para convertirse en el acto de guerra económica más complejo, prolongado e inhumano cometido contra cualquier país, y el principal obstáculo para nuestro progreso. Ha tenido un costo humano invaluable y varias generaciones lo hemos sentido en carne propia.
Sus efectos han limitado las posibilidades de desarrollo económico al impedir vínculos comerciales con terceros países, obstaculizado al máximo las operaciones para que obedientes bancos internacionales nos cierren sus puertas a cualquier gestión comercial, frenar la inversión extranjera y cortar toda fuente de ingresos mediante el empleo de presiones, penalidades y chantajes con el fin de aislar a la Mayor de las Antillas.
Es la versión práctica y moderna de la Doctrina Monroe de 1823, "América para los americanos" en pleno siglo XXI. Para acentuar el bloqueo, declaran a Cuba como país patrocinador de terrorismo. ¡Qué cinismo!
Lo he dejado claro en otras oportunidades, ratificando la posición de mi gobierno: el bloqueo a Cuba no tiene justificación y constituye una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos de todos los cubanos, califica como un acto de genocidio en virtud de la Convención para la Prevención y Sanción del delito de genocidio de 1948.
Desde 1959, 14 mandatarios han ocupado la Casa Blanca. Con ciertos matices, en todos los casos ha sido permanente la apuesta de provocar el colapso económico del proyecto revolucionario cubano, mediante la estricta aplicación del bloqueo, peligro que ahora se desborda ante nuestros ojos, con la llegada al poder de Trump, que en nombre de un “mandato divino” irrespeta todos los derechos.
Parecería que 63 años, en los que además han sumado atentados terroristas, sabotajes, invasiones, la guerra bacteriológica y el fomento de una disidencia, no han sido suficientes para comprender el fracaso de su enfermiza idea, que no han cumplido, ni cumplirán sus promotores.
Nuestra denuncia se mantendrá firme e invariable hasta tanto no cese en su totalidad esta ilegal política, si es que así puede llamársele: Tumba el bloqueo.