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coversarEn la familia cubana, hablar de sexualidad con los hijos sigue siendo, para muchos, un terreno difícil. A menudo pesa el temor, la vergüenza o la falsa creencia de que este diálogo “despierta curiosidades” que es mejor evitar. Sin embargo, la realidad, sustentada por evidencias científicas y sociales, nos dice todo lo contrario: callar expone, informar protege.

Hoy más que nunca es indispensable que madres, padres y cuidadores asuman con responsabilidad su rol en la educación sexual de niños, niñas y adolescentes. Se trata de una herramienta clave para prevenir violaciones de derechos, agresiones sexuales, embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual (ETS).

Un informe reciente del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) revela que 1 de cada 10 niñas en el mundo ha sido víctima de violencia sexual antes de los 20 años. Muchas veces el agresor es una persona conocida, incluso de la propia familia. Enfrentar esta dura realidad implica ofrecerles a los menores conocimientos claros y confiables sobre sus cuerpos, sus derechos y cómo actuar ante situaciones de riesgo.

En Cuba, donde desde hace décadas se ha promovido la educación sexual desde una perspectiva científica, humanista y con enfoque de género, aún persisten resistencias culturales que limitan su alcance. Las instituciones educativas, lideradas por el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), han dado pasos importantes, pero la familia sigue siendo el núcleo principal donde se forma la conciencia y la responsabilidad individual.

Diversos estudios demuestran que la educación sexual integral (ESI) no incentiva relaciones sexuales tempranas. Por el contrario, fomenta conductas responsables. Países como los Países Bajos y Suecia, donde estos programas comienzan desde edades tempranas, reportan bajas tasas de embarazo adolescente y mayor capacidad de los jóvenes para reconocer relaciones saludables o situaciones de abuso.

En América Latina, según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), el 20% de los partos corresponden a madres adolescentes, una cifra preocupante que evidencia la falta de información y prevención. No estamos exentos de esa realidad, y por eso urge fortalecer la alianza entre escuela y familia para enfrentarla.

Hablar de sexualidad no se reduce al uso del condón o los métodos anticonceptivos. Es hablar de afectos, consentimiento, respeto, identidad, placer responsable y autodeterminación. Es enseñar que cada persona tiene derecho a decidir sobre su cuerpo sin presiones ni violencias. Es dar herramientas para que los adolescentes no aprendan por ensayo y error, sino por el conocimiento que nace del cuidado y del amor.

Por eso, la conversación sobre sexualidad debe empezar temprano y adaptarse a cada etapa de la vida, con un lenguaje claro, afectivo y sin prejuicios. No debemos delegar esta responsabilidad en los medios digitales o en la calle, donde muchas veces circula desinformación o estereotipos nocivos.

La Revolución nos ha enseñado que educar es emancipar. Hablar con nuestros hijos e hijas sobre sexualidad, con naturalidad y responsabilidad, es también una forma de garantizar su salud, su felicidad y su libertad.