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IMG 20251217 WA00121La edición 46 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano estuvo marcada por las controversias y polémicas que suelen acompañar este tipo de eventos. Sin embargo, entre tanto ruido, sobresalió con fuerza el impacto de una cintas favorecida tanto por el público como la critica: Neurótica Anónima, pelicula dirigida por Jorge Perugorría y con guion y actuación de Mirtha Ibarra.

Cuando comenzaron a rodar los créditos finales, un cine Chaplin abarrotado rompió en aplausos, por cuarta vez durante la proyección. No era un gesto automático ni de cortesía, la película había logrado conectar con una sensibilidad colectiva. Neurótica Anónima funcionó como un homenaje al cine, a Cuba y al cubano resiliente, atrapado entre la necesidad de resistir y la urgencia de comprenderse en tiempos de catarsis.

La cinta recorre la vida de Iluminada, una mujer de la tercera edad interpretada por Ibarra, casada con un hombre alcohólico (Roberto Perdomo) y habitante de una realidad marcada por una pandemia de salud mental. En paralelo, el cine Cuba, espacio sagrado para la protagonista, enfrenta la amenaza de la demolición debido al deterioro acumulado por el tiempo. Es allí donde Iluminada encontraba a través de las películas, una vía de escape a su neurosis y a una cotidianidad asfixiante. Ahora su paz estaba en peligro.

La obra consigue sumergir al espectador en ese mismo estado de reflexión y evasión que persigue su personaje central. Resulta imposible no advertir las ironías que el filme deja caer jugando con el propio contexto del Festival. Los apagones que obligaron a posponer varias proyecciones dialogan de manera inquietante con la clínica de salud mental a la que asiste Iluminada, donde como sugiere el personaje interpretado por Osvaldo Doimeadiós, la cantidad de pacientes parece ser directamente proporcional a la cantidad de apagones.

Uno de los aspectos más notables del largometraje es el control de su semiótica, medida con precisión, sin excesos ni subrayados innecesarios. En ese equilibrio destaca el símbolo del cine Cuba, casi al borde del derrumbe. Más allá de las interpretaciones individuales, ese espacio funciona como reflejo de un proceso tangible: la pérdida progresiva de las salas cinematográficas y, con ellas, de una experiencia cultural compartida.

No es casual, en este contexto, pensar en cuántos espectadores de la provincia de Guantánamo habrán logrado acceder a las obras exhibidas durante el Festival. Aunque existe una directriz para extender la muestra a otras provincias, esa intención rara vez se concreta y, como tantas veces, todo vuelve a concentrarse en la capital.

La centralización del arte es un tema que la película aborda de manera sutil pero elocuente. La Iluminada joven que debe trasladarse a La Habana para intentar cumplir su sueño artístico y que luego para crecer debe enfrentarse a la mirada obtusa de alguien con más poder de decisión que sensibilidad cultural, nos recuerda experiencias que no resultan ajenas al presente.

Algo similar ocurre hoy con jóvenes realizadores y artistas, en especial los provenientes de las provincias orientales, que deben desplazarse al mismo centro para acceder a fondos y apoyos concentrados en pocas manos. Es cierto que las capitales suelen reunir el poder cultural y financiero, pero en un país que defiende la cultura como un derecho de todos, las gestiones para el acceso a recursos deberían ser más democráticas y equitativas; tampoco el futuro de un creador debería depender de no incomodar.

Ver Neurótica Anónima es mirarnos a nosotros mismos a lo largo del tiempo y enfrentar una realidad incómoda pero innegable, aún no superamos el temor a la crítica y con frecuencia ocultamos los criterios detrás de un discurso condescendiente.

A la salida del Chaplin, uno de los comentarios más recurrentes era la posibilidad de que la película fuese censurada por sus señalamientos a la realidad cubana. Aunque quienes siguen de cerca el cine nacional, saben que la crítica siempre ha estado presente. La obra realiza observaciones certeras que no pueden ser ignoradas.

La idea más persistente que Neurótica Anónima me deja como espectador, realizador y cubano, es clara: salvar nuestro cine es una responsabilidad compartida. Es deber del público acompañar, sostener y defender aquello que nos representa, antes de que, como le ocurra Iluminada, nuestro cine Cuba, termine siendo apuntalado cuando ya sea demasiado tarde. Y finalizo parafraseando un exergo muy popular pero con mis propias modificaciones, nuestro cine es amargo, pero es nuestro cine.