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annaliet

La joven se subió en una de las últimas paradas que cubre la casi siempre abarrotada guagua de la ruta Caimanera-Guantánamo. Tendría, calculo, poco más de 20 años y cargaba un bebé en los brazos, rollizo y sonriente.

Subió y avanzó con dificultad por el pasillo, equilibrando como podía el peso del niño, de un lado, y sus bolsos, que sostenía en el hombro opuesto, hasta casi terminarse la guagua.

Algunas mujeres la miraron y cambiaron la vista y la mayoría de los hombres aparentaron estar entretenidos en otra cosa. Solo una señora de mediada edad “dio la cara” por los que -personas que hacía el trayecto de pie o sentadas por necesidad- observábamos con enfado.

Y no es que sea algo nuevo. Cada vez, en transportes, sitios públicos, vemos la escena repetida. Tampoco es que la juventud esté perdida, a fin de cuentas la falta de cortesía no tiene edad, en todo caso es la caballerosidad la que parece estar al borde de la extinción.

A los niños, por lo menos de los que tengo constancia, se les enseña todavía: “El único asiento para las niñas”, “Limón limonero las niñas primero”…, y toda una cadena de dicharachos y modos que, en resumen, instan a los varones a ser corteses con el sexo opuesto, en una palabra, caballerosos.

De modo que, en este caso, hasta lo bien aprehendido puede perderse. Algunos dirán que el costo de la vida, que la crisis de los valores a la que nos arrastraron los noventa, que el trabajo que se pasa hoy día y las necesidades… Son, en todo caso, condicionantes.

La prueba es que a esa misma crisis sobrevivieron muchas cosas, salvadas por la gente, por la cultura, para bien de lo mejor de la sociedad, porque merecían ser salvadas.

Y la caballerosidad, que define la Real Academia Española como cualidad “propia de un caballero, por su gentileza, desprendimiento, cortesía, nobleza de ánimo u otras cualidades semejantes” merece ser rescatada o por lo menos socorrida, asumiendo que todavía no se ha perdido por completo.

En parte porque es una herencia de nuestra cultura, que es lo mismo que decir un logro de la civilización, pero también porque la caballerosidad tiene un fuerte componente de humanidad, de empatía, de pensar y sentir por los otros.

A lo largo de la historia de la humanidad, algunos, incluso, hablan de ella como un arte y dan pautas, manuales, conferencias…, y más de un autor dedicó páginas a elevarla.

Leamos sino a Martí cuando, en el prólogo a La Edad de Oro, asegura que “nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace para caballero, y la niña nace para madre”.

Lo cierto es que se extraña. Y sabe a necesario cuando, en un día cualquiera, pasan cosas como la que motivó este comentario, cuando gana el individualismo y la poca civilidad…, y uno se siente sin nada que hacer, sin nada que decir.

Debería existir una ley para obligarnos, pero no existe y no podría. De la voluntad depende, de nosotros depende, no darla por perdida, y perderla de hecho.