Presunto esqueleto del caique GuamáLa leyenda, lejos en el tiempo, nos toca de cerca. Aunque el dominicano Cacique Hatuey trascendió en la historia como símbolo de rebeldía insular al morir incinerado por los españoles sin querer ir al cielo donde se reencontraría con los peninsulares, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa tiene su propio ícono: Guamá.

Durante una década, como precursor de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), el Cacique Taíno fue el azote de los intrusos hispanos asentados en la comarca como dan fe documentos de la época como el reclamo de los españoles asentados en Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa a D. Gonzalo Guzmán, por entonces Gobernador de la Isla, donde le pedían ciertas medidas de seguridad:

[...] los que biven en dicha villa corren riesgo [...] e los indios que andan en las minas viendo que aquel esta alli alzado e Revelado e no van en seguimiento suyo se van a las minas vno a vno e dos [...] y si esto no se con tiempo todos los yndios desta provincia e todas las questan comarcanas a ella se Revelaran e alzarian e se juntarian con el dicho guama porque cada día, vemos que se nos van e no los hallamos e creemos que se juntan con el dicho guama [...]1

La cobriza figura invita a la historia, a remontarse al lejano verano de 1510 cuando el virrey de La Española (Haití y Santo Domingo) nombró Adelantado a Diego Velázquez y Cuéllar, quien un año después, con 300 hombres desembarcó por Puerto Palmas en esos parajes, para establecerse en Baracoa, asiento de una numerosa población indígena a la que trató con brutalidad, saqueándola, violando sus mujeres y obligando a trabajar a los naturales duras jornadas en provecho del conquistador español.

Guamá, el cacique baracoense, no podía ver impasible el exterminio de su raza y la insolencia del peninsular. Se internó en la manigua e hizo intransitables los caminos; con sus rápidos ataques tornó insegura la actividad agrícola, la extracción de oro y hasta la propia Villa, que en una oportunidad fue incendiada. Los españoles, temerosos, pedían para enfrentar al primer rebelde cubano formar cuadrillas de más de veinte hombres cada una, bien armadas de arcabuces, ballestas y lanzas.

Todo el poder español se lanzó tras Guamá y sus guerreros apalencados, pero sólo once años después de furiosa persecución descubrieron su campamento.

Cuenta la leyenda que no murió a manos de sus enemigos hispánicos, sucumbió a la traición filial de un hermano que enamorado de Marica, la mujer del Cacique, asesinó al líder indígena rebelde de un contundente golpe en la cabeza.

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